El País • El oro blanco que Bolivia no explota • 8/10/14
Javier La Fuente
La eternidad se extiende a lo largo de 10.000 kilómetros cuadrados de desierto blanco. El salar de Uyuni, a los pies del volcán Tunapa, en el altiplano boliviano, luce un tesoro a la vista de todos los turistas que acuden en masa a contemplar un paraje de ciencia ficción. La estampa blanca que rodea al espectador supone la mayor reserva de litio del mundo: 10 millones de toneladas. Oro blanco al que el Gobierno no logra sacar aún partido.
En octubre de 2010 el presidente Evo Morales anunció que Bolivia industrializaría con sus propios medios el litio. El proceso, a diferencia de lo que ocurre en los dos salares más importantes de la región —Atacama (Chile) y Hombre Muerto (Argentina)— no estará explotado por empresas extranjeras. Será gestionado y financiado en su integridad por el Estado. Para ello, cuenta con un crédito del Banco Central de 885 millones de dólares (698 millones de euros).
La nacionalización de los hidrocarburos al poco de llegar al poder Morales fue la medida más polémica y contestada desde el exterior. En Bolivia, sin embargo, esta decisión es apoyada casi por unanimidad. Ningún candidato sugiere dar un paso atrás. El crecimiento de la economía, que ha posibilitado una disminución de la extrema pobreza y la incorporación a la clase media de un 20% de la población, se debe principalmente al alto precio del gas, junto al de las materias primas. Sin embargo, esos altos precios pueden sufrir caídas. Durante toda la campaña, Morales se ha centrado en recalcar la intención de situar a Bolivia como centro energético de la región en los próximos cinco años. En el caso del litio, el Gobierno mira fijamente al mercado asiático. Producir material para baterías de móvil y la incógnita de los coches eléctricos, un mercado estancado, son los principales objetivos. Además, en colaboración con el Gobierno peruano, pretende instalar sistemas para dar energía eléctrica a comunidades dispersas. En Bolivia, se estima que hay 500.000 hogares que carecen de energía eléctrica y no van a poder ser atendidos a causa de la dispersión y la lejanía.
La gran incógnita que subyace es si Bolivia está capacitada para afrontar la industrialización sola. «El Gobierno ha hecho mucho ruido, pero no ha pasado de la retórica grandilocuente. No hay un plan serio. No hay una industria de los recursos naturales. Eso un sueño para los bolivianos», opina el economista Henry Oporto.
En el caso del litio, el proceso cuenta con tres fases. La primera, la implantación de unas plantas piloto de sales de potasio y carbonato de litio, que han dado trabajo a cerca de 250 personas, ya se ha terminado. Ahora se encuentra en la fase industrial, que pretende generar 500 puestos de trabajo directos y 2.000 indirectos entre las comunidades de la zona. Esta etapa consiste en diseñar y construir toda la infraestructura para producir 30.000 toneladas al año de carbonato de litio y 700.000 de cloruro de potasio a partir de 2016, según indica Juan Carlos Montenegro en la publicación Un presente sin futuro, del Centro de Estudios para el Desarrollo laboral y Agrario (CEDLA).
«Mientras no haya una política de atracción seria de capital extranjero va a ser complicado. El Estado, que se cree el gran protagonista, carece de capacidad financiera, no está preparado para llevar por sí mismo la industrialización», afirma Oporto. «Lo que hay que hacer son acuerdos estratégicos con países y empresas que sean punta de lanza. Que permitan vender los recursos a cambio de tecnología. No solo poner condiciones», incide el también economista Roberto Laserna.
Ambos mantienen que crear la tecnología propia llevaría mucho tiempo, que, pese a la versión oficial, faltan ingenieros, científicos… El gerente nacional de Recursos Evaporíticos de la Corporación Minera de Bolivia, Luis Alberto Echazú, niega la mayor y defiende que el Gobierno de Evo Morales ha iniciado la formación de cientos de profesionales con becas de universidades extranjeras. Además, advierte de que hasta 2020 el mercado de baterías para coches eléctricos no despuntará y cree que para entonces se habrá cumplido el proceso de industrialización. Una opinión contraria a la de los analistas consultados, que Laserna resume: «Este es un mercado que va a gran velocidad y nos hemos subido al último furgón».
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