Crónica: el derecho al trabajo cuando las calles tienen dueño
Página Siete. 24 de octubre de 2016
789.225 mujeres trabajan para mantener a sus familias en un país donde el mercado laboral formal sólo acoge al 20% de la Población Económicamente Activa.
Lizeth Mamani, de 1,50 de estatura y piel morena, es vendedora ambulante y está en el negocio hace más de 10 años. Anduvo por muchos lugares, pero ahora vende en inmediaciones del mercado de Villa Fátima, en la esquina del remozado Shopping La Cumbre, sector donde los fines de semana y los días no laborables se instala la feria de vendedores de verduras y de toda variedad de alimentos e insumos para el hogar.
Con una chompa gruesa de lana que le cubre desde el cuello hasta medio muslo de su pantalón negro y un sombrero que la protege del áspero frío de julio -que lastima la piel-, ofrece cosméticos y pequeñas joyas en un cesto azul parecido a los que se utilizan para depositar la ropa sucia, a riesgo de que la Guardia Municipal le decomise su poca mercadería o sea agredida y expulsada del lugar por las vendedoras agremiadas. “Vendo porque tengo bocas que alimentar”, señala.
Desde hace cinco años se encarga de sus dos hijas, Anita (2) y Abigail (5). El padre de las niñas le “vendió” el sueño de formar un hogar, pero nunca cumplió. Desde entonces, ella sola afronta los gastos de la casa y deja en claro que no piensa pedirle nada al “desgraciado” porque iniciarle un juicio por manutención implicaría “gastar tiempo y dinero”, que le faltan.
Es martes y son más de las 9:00. A esa hora hay pocos vendedores pero se escucha la oferta de llauchas, quinua con manzana, quesos frescos y sostenes y calzones; son los vendedores ambulantes que van llegando ante la ausencia de la Guardia y los gremiales.
Lizeth debe ganar como mínimo 30 bolivianos por día para solventar los gastos de alimentación, pasajes y lo que se presente. Para ello administra un patrimonio de al menos 1.000 bolivianos que le permite generar además 600 bolivianos para el pago de alquiler de las dos piezas donde vive y 50 bolivianos para el agua y la luz. En el mejor de los casos, Lizeth aproxima sus ingresos a un mínimo nacional de 1.805 bolivianos para cubrir los gastos de tres personas.
Dice que hasta el mediodía “venda o no venda” tiene que ir a recoger a Abigail quien estudia cerca de El Prado y, por la tarde, a Anita. Conseguir el dinero es cada día más difícil. Las ventas bajaron hasta un 50% y además debe lidiar con los gremiales y la Guardia Municipal. Ella es una vendedora sin permiso o ilegal y, sujeta al decomiso de su mercancía, como le dicen los munícipes.
Por esta situación y por los “constantes abusos” que sufre, al igual que sus compañeros, inició la creación de una asociación. “Nosotros no salimos a la calle para ser competencia de los gremiales, sino por la necesidad que nos obliga, no hay trabajo y tenemos bocas que alimentar”, expresa. En sus años de vendedora ambulante vio muchos atropellos contra sus compañeros sólo por ejercer el derecho al trabajo y a la subsistencia.
Recuerda que hace unos años tuvo que pugnar fuertemente con los efectivos municipales para rescatar los productos que habían decomisado a un anciano. Mientras el viejo lloraba afligido sobre una vereda de la avenida Buenos Aires, ella forcejeaba con los munícipes. “Logré que le devuelvan al viejito sus cosas”, dice sonriente y orgullosa.
Las agresiones y frases ofensivas siempre estuvieron presentes en su vida de vendedora: “Qué hacen ustedes aquí dando mal aspecto, ilegales, estorbos de la ciudad”, son algunas frases que repite la Guardia Municipal, de quienes asegura que están prestos a golpear si alguien reclama.
Por esta situación, y en defensa del derecho al trabajo en un país con desempleo, acudieron a varios lugares como Derechos Humanos y la Defensoría del Pueblo. Pero “ellos nos dicen que ese tema le compete a la Alcaldía, pero la Alcaldía nos quita nuestras cosas, entonces quién nos va a escuchar. Nosotros no estamos delinquiendo, estamos buscando cómo sobrevivir”, dice muy indignada. También pidieron audiencia como asociación al director de la Unidad de Mercados del municipio, Kevin Martínez, pero sin resultados. Más bien “nos ha amenazado que ya no sólo se van a llevar la mercadería en la camioneta, sino también a nosotros”. Lizeth quiere plantear a la Alcaldía tributar para “parar ese abuso” y haya “un poco más de respeto entre las señoras estables y el vendedor ambulante”.
Y es que Lizeth, al igual que unas 30.000 personas informales, trabaja sin permiso en las calles porque desde 1994 la Unidad de Mercados del Gobierno Municipal de La Paz optó por ya no entregar más autorizaciones. La asociación en formación tiene casi 400 afiliados y está conformada en un 90% por mujeres, de las cuales el 60% son madres solteras y administran patrimonios que van desde 60 hasta 1.200 bolivianos. No se trata de grandes comerciantes, sino de aquellos que venden refresco en balde, llauchas, pequeños artículos en general, ropa interior, entre otros.
Mientras conversamos, mujeres de mandil verde claro con gorra blanca y barbijo en la quijada recorren el lugar diciendo a los vendedores ambulantes “tiene que ambular, tiene que ambular”; “levantan” a los “ilegales” y no permiten que se queden.
Los vendedores ambulantes informales y de precarios recursos constituyen uno de los sectores más vulnerables de la sociedad. Ser mujer y madre soltera en este ámbito agrava mucho más los niveles de riesgo, más aún en una sociedad marcadamente machista y violenta contra las mujeres, y que ha conseguido el nefasto récord de ser el primer país de la región con el mayor índice de violencia hacia la mujer, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y donde, desde el punto de vista legal y religioso tradicional, un hogar de madre soltera no es considerado modelo de familia.
Un estudio realizado por la Universidad de Humboldt, Alemania, afirma que las madres solteras tienen mejor autoestima que las solteras sin hijos, por su capacidad para sacar adelante a sus hijos sin la ayuda de una pareja; se sienten más fuertes, trabajadoras, positivas y responsables que aquellas que no tienen hijos.
Las madres solteras -prosigue el estudio- no sólo son más positivas y responsables sino que también son más flexibles puesto que tuvieron la gran capacidad de adaptarse a las circunstancias especiales que les deparó la vida.
Sin embargo, Lizeth es una mujer optimista y siempre sonríe. A pesar de las adversidades que afronta, dice que no se puede quejar porque siendo vendedora ambulante tiene más tiempo para dar cariño y atención a sus hijas. No quiere que sientan la falta de su madre como pasó con ella, que desde los 12 años tuvo que criarse con una tía, por las constantes peleas de sus padres.
Cuenta que afronta su peor drama cuando sus hijas se enferman y justo ocurre cuando tiene menos dinero. Si no hay caso de llevarlas a un lugar les digo: “¿quédense, yo nomás expondré la vida? -esboza una sonrisa-, porque ahora hay mucho de eso de la gripe AH1N1”.
Y es que “una madre siempre piensa dos veces; una por ella y otra por sus hijos” antes de tomar una decisión, verdad que parafraseaba Sophia Loren, la actriz más universal de Italia, quien de niña sufrió los rigores de un mal padre que se olvidó de ella y de su hermana, pero salió adelante con el esfuerzo de su progenitora.
De acuerdo al Censo 2012 del INE, en el país hay 2.282.006 de madres. De ese total, tres de cada diez son jefas de hogar, es decir, 789.225 (34,6%) mujeres trabajan para mantener solas a su familia. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 127 millones de latinoamericanos, un 47% del mercado laboral, pertenecen a la categoría informal.
Ya son las 12:00 y Lizeth no vendió nada. Me siento responsable por ello, pues la mantuve conversando todo el rato.
Ella regresará a las 16:00 a vender, luego de recoger a sus hijas, hacerlas almorzar y llevarlas a la casa, para continuar con su rutina, que será hasta las 19:00 como máximo, porque debe estar con sus hijas. “Ellas me necesitan”, finaliza.
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