Página Siete • Jubilando a Fidel • 01/11/2012
Acerca de una idea de Evo y la dura realidad
Jubilando a Fidel
La vida después de los 65 años no da derecho a la tregua, mucho menos en este país.
La Paz / 01/11/2012
Si la decisión hubiese dependido de la opinión recientemente expresada por el Presidente de nuestro Estado, el comandante Fidel Castro Ruz tendría que haber renunciado a sus cargos de Presidente del Consejo de Estado y Primer Secretario del Partido (ambos puestos electivos) el 13 de agosto de 1991 y no, como efectivamente ocurrió, en julio de 2006, pocos días antes de cumplir su cumpleaños 80.
Si la consigna difundida por la máxima autoridad del Ejecutivo boliviano ante una asamblea de jóvenes el 25 de octubre pasado, fuese de aplicación universal, ni Raúl Castro, ni gran parte de su equipo de Gobierno, tampoco podrían haber permanecido en sus puestos, ya que componen una de las gerontocracias más notables y constantes de este todavía inicial siglo XXI.
“Yo digo, máximo 65 años, para ser autoridad electa. Si uno ha cumplido 65 años, yo digo, no debería más elegirse como autoridad. Sería importante que ustedes se adueñen de esa iniciativa”, arengó el Jefe de Estado a una audiencia compuesta principalmente por jóvenes.
La idea es completamente consistente con la frenética actividad de quien se levanta a las 4:00 para su primera reunión del día, que pasa una parte considerable de su tiempo prodigando su presencia dentro y fuera del país, que continuamente propone y promulga leyes, realiza extensas exposiciones, juega fútbol en los escenarios más diversos e inverosímiles y respalda sin reservas los ejercicios de los cuarteles como la mejor manera de formar a los jóvenes.
El problema radica en que su iniciativa puede tropezar con muchas resistencias, incluyendo las de la Constitución: “El Estado prohíbe y sanciona toda forma de discriminación fundada en razón de sexo, color, edad, (etc., etc.)”, motivo por el cual tendría que reformarla, muy profundamente diría yo.
Aunque dentro del mismo Gobierno hay quienes piensan que llegar a viejo no es necesariamente una maldición y, en consonancia con algunas de las culturas más ancestrales encuentran que honrar y respetar a los ancianos es propio de las civilizaciones más evolucionadas, hay muchos otros que coinciden –sabiéndolo o no- con el novelista Paul Auster, quien hace poco declaró “no encuentro nada bueno en el hecho de envejecer”.
La vejez es temida, en lo posible ocultada y castigada desde el Estado (y también en la sociedad) con desdén, displicencia y omisión como se quejan, por citar apenas un caso, quienes tramitan el reconocimiento de sus aportes en Senasir, y que son obligados a vueltas y re-vueltas absurdas que funcionan como trabas o postergación de derechos incuestionables.
Los bonos solidarios y otras rentas de vejez, con todo el importante impacto que tienen entre los más pobres de los pobres, sirven demasiado frecuentemente para suponer que están saldadas las obligaciones y que eso autoriza a mantener distancia con quienes han sobrepasado cierta edad, alrededor de la que se construye un imaginario que los considera inútiles, latosos y prescindibles entre los prescindibles.
Los hechos contradicen rotundamente tales prejuicios, como lo establece la investigación “Los adultos mayores en el mundo del trabajo urbano”, ejecutada por Silvia Escóbar, por encargo de CEDLA y HelpAge: “En 2001, la tasa de participación (en actividades económicas) de los adultos mayores en las ciudades del eje era del 38,4% y se elevó hasta el 44% el 2010, con una tendencia similar por sexos. En 2010, más de la mitad de los hombres y un tercio de las mujeres de 60 años y más permanecía en el mundo del trabajo”.
La disminución de oportunidades de trabajo para los jóvenes presiona para que extiendan su permanencia en el hogar y obliga a que padres/madres y abuelas o abuelos se vean obligados a continuar como principales sustentadores de la economía familiar. El estudio muestra que dentro del continente nuestro país está entre los tres primeros que encabezan esa tendencia que empuja a los adultos mayores a prolongar su participación en actividades económicas.
Citando a varios autores, el trabajo sostiene que según “la economía política de la vejez, la vejez es más una construcción social que un fenómeno psico-biológico. En esta perspectiva, “la vejez no será sino lo que quiera que sea la sociedad que la crea”.
El Jefe de Estado afirma que la iniciativa se le ocurrió al ver en algunas cumbres internacionales que presidentes, “de entre 60 a 70 años de edad, se duermen”.
Los muchos hombres y mujeres añosos, que han sido y son parte de movimientos y organizaciones sociales que lo catapultaron al poder, igual que algunos de los que han marchado cientos de kilómetros para defender al TIPNIS y reclamarle sus olvidos y omisiones, no se han amilanado jamás ante el poder y mucho menos parecen estar cabeceando ante la historia.
Bien vale recordarlo.
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