Opinión • El trabajo a destajo, la cara visible del desempleo • 17/11/2014

Julieta Tovar I.

Sin relación laboral con el empleador, jóvenes realizan trabajos de cualquier naturaleza en las calles de La Paz, incluso se les da el título de «comisionista», pero para alcanzar «metas» de venta están obligados a sobrepasar las ocho horas establecidas por Ley.

Caminando por las calles de La Paz con unos jóvenes me tropecé, ellas y ellos trabajan a destajo, pues, su necesidad de generar sus propios ingresos es enorme. Para poder sobrevivir o ayudar en sus casas, muchachas y muchachos se emplean en multiplicidad de ocupaciones, desde distribuir volantes hasta lustrabotas, pasando por vendedores ambulantes de cualquier producto. Quienes tienen un poco más de suerte son «comisionistas», pero igual están obligados a trabajar más de las ocho horas diarias establecidas por ley.

«Tengo 19 años y trabajo desde que tenía 10», indica un lustrabotas que recurre a este oficio para alimentarse. Pedro Torres vive en la ciudad de El Alto, pero su lugar de trabajo es La Paz. A «la hoyada» llega temprano cada día, pues debe dar brillo a decenas de zapatos para que los propietarios los luzcan en cualquier oficina. Si le va bien en una jornada puede llegar hasta 60 bolivianos

Una muchacha vendedora dice que tiene que ocuparse en esto para poder tener dinerito y ayudar a sus hermanitos. Llega a su puesto de trabajo temprano desde una de las laderas de la ciudad de La Paz. Acerca de cuánto gana, Lidia Mendoza no quiere decirlo, también pide que no se utilice su nombre propio, por miedo a perder su fuente de ingreso.

«Hace poco nomás he empezado, vengo de provincia Villarroel», dice otro joven y sus manos, efectivamente, confirman que no tiene mucho tiempo en el oficio, no están teñidas de negro o rojo, características de quienes se dedican a dar lustre a los zapatos del otro. Juan Carlos Chambi tiene un lugar en una calle cualquiera de esta ciudad, pues su historia es igual o parecida a la de otros jóvenes que llegaron del interior en busca de mejores días. Aunque el oficio de lustrabotas es noble, igual pide no ser identificado públicamente, por lo que el nombre es ficticio.

La venta de salteñas o tucumanas es otro de los oficios al que recurren los jóvenes de ambos sexos. En unos casos, como el de Zenobia Calisaya, sí tienen un «sueldo», pero sin ninguna cobertura de seguros de salud ni de largo plazo. Por esa remuneración fija, sin contrato sólo acuerdo verbal, el trabajo comienza a las 6:00 de la mañana y concluye en el mejor de los casos diez horas después. Vender estas empanadas con nombre propio, tan saboreadas por los transeúntes, tiene un alto costo para quienes las elaboran y las venden.

En otros casos, venden salteñas o tucumanas para la «madrina», que no paga ningún sueldo, sino que les va «regalando» algo de platita. Pero el trabajo es igual de duro, empieza temprano con la cocción de estos productos y concluye tarde, después de haber dejado papas, zanahorias, cebollas y otros ingredientes ya preparados para el día siguiente. Esto ocurre con otra muchachita que no quiere dar su nombre, por temor. Sin embargo, la historia la confirmó su confidente ocasional, Zenobia.

Si, evidentemente, estos jóvenes están generando sus ingresos, pero es un «trabajo a destajo», sin ninguna relación laboral ni salario fijo y menos un contrato, de acuerdo con lo indicado por Herbert Irahola, Responsable de Participación y Control Social de la Fundación Jubileo.

Cómo vivir y no morir en el intento

¿Si un salario mínimo es de 1.440 bolivianos mensuales, cómo puede un joven mantenerse? Si para cubrir su alimentación necesita como mínimo 300 bolivianos, tomando en cuenta apenas 10 bolivianos por día, lo que incluye al menos tres alimentos: desayuno, almuerzo y cena. Para cubrir su seguro de salud lo menos que requiere son 354 bolivianos «por persona», puesto que como se trata de trabajador «independiente» tiene que acogerse al «seguro voluntario» de la Caja Nacional de Salud (CNS). En tanto que para asegurar su vejez deberá aportar también «libremente» al sistema del seguro a largo plazo, alrededor de 208 bolivianos. ¿Y el alquiler y la ropa?

Sin embargo, el salario mínimo es para trabajadores dependientes de áreas formales. En el rubro informal la cosa cambia, el sueldo es menor. En algunos casos es de 500 bolivianos mensuales a título de que no es trabajo técnico ni que demanda conocimientos básicos. Esto sucede en los casos de repartidores de panfletos, avisos de servicios. Jóvenes con los que nos tropezamos a diario y casi a cada paso al transitar entre la zona Garita de Lima y la avenida 6 de Agosto, pasando por la Tumusla, Pérez Velasco, la avenida Mariscal Santa Cruz y El Prado.

El empleo para los jóvenes es el sector informal, porque son contadas las oportunidades que tienen para encontrar trabajo formal como dependiente. Pero esto no sólo ocurre en Bolivia, sino que «el sector informal es el camino al empleo para la mayoría de los jóvenes latinoamericanos», señala Caroline Fawcett en el estudio «Los jóvenes latinoamericanos en transición: Un análisis sobre el desempleo juvenil en América Latina y el Caribe», realizado para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El «comisionista independiente» que gana comisión por producto vendido, sin importar la línea en la que trabaje, tampoco tiene seguro de corto ni de largo plazo. Muchachas y muchachos universitarios o recién salidos de colegios aceptan esta modalidad porque necesitan generar sus propios ingresos o, simplemente, quieren «ganar experiencia». María de los Ángeles Pérez (nombre ficticio) tuvo su primer empleo bajo esta modalidad. Para ganarse «el pan del día» debía emplear el mayor tiempo posible, pues, estaba obligada a vender mínimos obligatorios para obtener «jugosos» dólares.

A lo largo del mercado Uyustus, cualquiera se tropieza con un «batallón» de jóvenes vendedores, otros están de ofertantes que a gritos tratan de atraer a los compradores, puesto que la recompensa será una «comisión». Por las avenidas Mariscal Santa Cruz y 6 de Agosto un transeúnte también se topa con decenas de jóvenes que dan volantes con publicidad de cualquier servicio, ya sea dental, de belleza, peluquería o variados cursos de capacitación.

Alguna vez se ha preguntado si éste ¿es un empleo de calidad? Es decir, ¿un trabajo con un salario, al menos mínimo nacional, protegido con los seguros de salud y vejez? La próxima que vaya caminando por las calles de La Paz cuestiónese.

El pan de cada día

El desempleo en la ciudad de La Paz está a la vista de todos, claro, encubierto con trabajos eventuales sin ninguna seguridad. La población económicamente activa, 18-30 años de edad, se ocupa en fuentes de subempleo como vendedores, anunciadores, distribuidores en cualquier calle de esta urbe.

El subempleo, que es trabajo por tiempo no completo y retribuido por debajo del mínimo, en las calles encubre el desempleo de las personas jóvenes, puesto que nadie, es decir, ningún empleador les garantiza una remuneración constante ni tampoco el acceso a la cobertura de los seguros de corto y largo plazo. La precariedad de las fuentes laborales, a las que recurren los jóvenes en las calles de La Paz, es alta y riesgosa. Sus ingresos diarios dependen de cuánto puedan vender, cuántos zapatos puedan lustrar o cuántos volantes distribuyan.

El censo poblacional del INE indica que cerca de la mitad de los jóvenes empleados, 17 a 24 años de edad, «no recibían una remuneración por sus labores», de acuerdo con el diagnóstico «Situación del Empleo Juvenil en A. Latina y en Bolivia», de Bruno Rojas, investigador del Cedla. El estudio añade que «siete de cada diez jóvenes cuentan con empleos inestables, temporales o eventuales», además que «gran parte de los jóvenes cuentan con ingresos que no alcanzan ni para cubrir los alimentos básicos».

A pesar de todo no al rentismo

El espíritu de superación es una marca indeleble en estos jóvenes trabajadores. Pedro y Juan Carlos relatan entusiasmados que son «lustras», pero también estudian y se capacitan para cambiar de rubro. Con diez años de experiencia en este oficio, Pedro asegura: «Los años están pasando y es bueno pensar en formarse». En tanto que el casi recién llegado a darle brillo a zapatos ajenos también afirma que con su trabajo se está capacitando en computación.

En el país la tercera parte de su población es joven, con edades de entre 14 y 29 años. Los trabajadores de subempleos o en fuentes laborales informales, que coinciden con otros reunidos en la Gobernación de La Paz, afirman que no quieren vivir del rentismo, sino de iniciativas emprendedoras, para lo cual requieren recursos y capacitación.

Irahola, de Fundación Jubileo, señala que la inserción laboral «es cada vez más difícil» a pesar de que la población económicamente activa tiene mayor nivel de preparación que en el pasado. Si bien las soluciones son de largo plazo, igual hay que empezar con brindar capacitación, formación en ramas técnicas adecuadas a la demanda ocupacional del país.

Desde la Fundación Jubileo y el Cedla coinciden en destacar, por separado, que hay algunas iniciativas públicas y privadas que pretenden poner fin a esta situación, como «mi primer empleo digno». El inconveniente es la magnitud del problema que supera los impulsos de atención de la falta de fuentes laborales.

Si los jóvenes que trabajan en las calles, buscándose el pan del día, saben que hace falta ocuparse en algo distinto y para esto requieren capacitarse, las organizaciones coinciden con este planteamiento y el Gobierno está reconociendo esta verdad, que puede ser de Perogrullo, entonces ¿qué está haciendo falta para que la población joven del país consiga un trabajo seguro que le garantice una calidad de vida, tanto a ellos como a las familias que van formando?

(*) Es periodista. Este trabajo fue realizado con el apoyo de Solidar Suiza.

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