La Razón • Torturando datos
El economista Ronald Coase, premio Nobel de Economía en 1991, afirmaba «que si torturamos los datos suficientemente, ellos confesarán todo”. Con frecuencia los dueños del poder en Bolivia aplican una serie de técnicas para hacer “cantar” a los datos, para hacer que cierta información estadística, económica y/o social, muestre el maravilloso trabajo que están realizando. En varias oportunidades, los índices oficiales han salido maltrechos por los “correctivos” recibidos en los sótanos del Estado, pero que en los informes gubernamentales lucen su mejor sonrisa con la pistola de la manipulación en la espalda.
En la jerga de los economistas, se usa la coqueta expresión culinaria “cocinar los datos” para referirse al trato o mal trato político que se da a la información estadística. Ésta es una práctica que nos encierra en la oscuridad, pero que se mantiene en el tiempo más allá del color de la bandera política que flamea en las cimas del poder. Pero además de la tortura a los datos, las informaciones estadísticas también se enfrentan problemas más nobles, como la dificultad de medir ciertos fenómenos socio-económicos.
En este domingo de Carnaval arrabalero nos referiremos a ambos casos. Dos ejemplos recientes de cómo, en Bolivia, se hizo silbar a los datos apretándoles las guindas. Hace un par de años, la inflación era una pesadilla para el Gobierno. Pues muy sencillo, los índices se pusieron al servicio de la revolución. Se cambió el año base de cálculo, escogiendo un año donde la inflación fue muy baja, que no representaba los promedios nacionales, y adicionalmente se redujo el peso de los precios de los alimentos en la ponderación del índice: éstos antes representaban el 0,49 y pasaron al 0,39. Resultado, se camufló la inflación.
Un caso más reciente apareció en el “informe dieta” del Presidente ante el Congreso. Como recordarán, fue una avalancha de datos, divididos antes y después de la dieta revolucionaria. Antes, la oscuridad neoliberal, ahora la luz del cambio. Al hacer estas comparaciones se jugó, con picardía de estudiante de introducción a las estadísticas, con los promedios. El caso más tierno se dio con el PIB. Se tomó el promedio de los cinco años de neoliberalismo y se los comparó con sólo tres años de revolución, así se infló el promedio del último periodo, porque se excluyó el valor más bajo (3,1%) del año 2009. Un par se sopapos a los datos y éstos dicen “la verdad”.
Algo similar ocurre con la cifra de desempleo recientemente presentada por el Gobierno. La población ocupada en Bolivia sería del 92,86 por ciento, lo que significa que el desempleo habría llegado tan sólo de 7,14%. Es decir, que de cada 100 personas sólo siete no estarían trabajando. Otro nuevo milagro del New Age Andino. Aquí se trata de una apretada de cuello más sutil y de decir verdades a medias. Además, siempre se coloca como pretexto de que la metodología utilizada para medir el desempleo es elaborada por los organismos internacionales. Ésta es una técnica vieja. El origen del problema está en la forma de la medición de la tasa de desempleo y la definición de lo que se considera empleo.
Para realizar la encuesta de empleo, se considera que la población en edad de trabajar son las personas mayores de 10 años; esto es un reconocimiento de la barbarie que implica el trabajo infantil, especialmente en los países en vías de desarrollo. Además, la encuesta de empleo pregunta a las personas si han trabajado por lo menos cuatro horas en la última semana, de esta manera hasta las guagüitas de pecho podrían responder que sí. En economías pobres como la boliviana, donde existe un sector informal gigantesco, más del 70% de la población sobrevive haciendo algo (especialmente en el comercio y servicios). En realidad, la encuesta insiste llamar empleo a estas estrategias de sobrevivencia. Lo que capta esta metodología es en realidad el subempleo. Según el CEDLA, el subempleo en el país estaría en el orden del 52 por ciento de la población económicamente activa. Es decir más de la mitad de la gente tiene que chanceárselas para poder sobrevivir. Aquí están los voceadores de minibús que trabajan 12 horas, los plomeros que de repente hacen una arreglo por una hora, los comerciantes, los cuentapropistas y muchos más que batallan en este valle de lágrimas. Todo esto no lleva al tema de la calidad del empleo, sobre lo cual las encuestas oficiales no dicen nada. Una buena pega debería abarca múltiples dimensiones. Quiere decir un empleo con un contrato laboral, en el marco de la ley, condiciones adecuadas de trabajo, seguro social de largo plazo, derecho a seguro médico y el ejercicio de los derechos laborales fundamentales.
Ahora bien, si queremos seguir mintiéndonos sobre este tema del empleo, sigamos aplicando este tipo de encuestas que no muestran la realidad y que permiten la tortura política de los datos. Un camino alternativo es realizar estudios más específicos que muestren la dura realidad del subempleo y a partir de ella elaborar políticas públicas que apoyen la generación de empleos dignos. Para terminar, una consigna de Carnaval: Ama súa, ama llulla, ama chelas. El Ave Félix se levantará de la khoa.
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