El Deber • Los mitos, el mar y la reelección presidencial • 24/05/2015
La declaración paternal de García Linera, aquella de que “Evo debe seguir liderándonos si queremos mar”, nos hace despertar del ensueño de La Haya. Después de ese plácido momento de bolivianidad a toda prueba, sale este señor para poner todo en orden: la cosa tiene que ver con votos. El propósito es lograr la reelección del líder máximo. ¿Será así? Pues en este artículo voy a dar un rodeo de psicología colectiva para entender lo que sucede. Veamos.
Los mitos profundos de Bolivia nos encadenan. Ya lo veía con claridad Guillermo Francovich cuando escribió su libro precisamente con ese título: Los mitos profundos. ¿A qué se refería? Conviene explicarlo en tres actos: primer acto, cada vez que ves un criollo (un blanquito) caminando por el campo, lo mejor es decirle ‘ingeniero’ o ‘doctor’. Lo más seguro es que sea un vago sin mérito alguno, pero es blanco.
Ergo: hay que tratarlo como patrón. Esta es la cara amable del primer mito. Su contracara no-amable es tratarlo mal. Odiarlo y si se puede ‘jalarle su corbata’ (por decir algo). Ambas reacciones corresponden al mito de la colonia: fuimos colonizados, abusados, despojados y etcétera y ahora o nos subordinamos o nos levantamos. No hay término medio. Llamemos a este acto el ‘mito del colonizado’.
Segundo acto, cada que llega un gringo crees que se va a llevar toda tu riqueza. Casi, casi que se la va a cargar al hombro e irse dejándote jodido. Es el mito del Cerro Rico de Potosí, adornado con leyendas: “Bolivia era como un pobre sentado en una silla de oro”, o “pudimos haber construido un puente de plata hasta Europa”. Pero, no, no se pudo, y es que “ellos se llevaron todo y queda solo penar”. Llamemos a este acto el ‘mito de la riqueza robada’. Y, tercer acto, cada que tenemos que odiar a alguien, el candidato internacional es y debe ser Chile (el candidato nacional eran las oligarquías cruceñas, pero ahora parecen haber pasado de moda). Nos arrebataron el mar. Nos condenaron al enclaustramiento. Por eso somos pobres. Llamemos a este acto el ‘mito del enclaustramiento’.
Antes de continuar quiero dejar plenamente sentada mi posición: cada mito contiene dosis gigantescas de verdad. Claro que sí. Negarlo sería absurdo. Sin embargo, si ese es un extremo (el de la negación), el creer que todos nuestros males provienen de la colonia, la pérdida de las riquezas naturales y la ausencia de mar, es el otro extremo (el de la afirmación) y, por ello, un despropósito, no menos colonial es Perú y le va mejor. No menos desprovisto de recursos naturales (en realidad no los tiene) es Singapur y son unos campeones. Y no menos mar tiene Suiza y no tienen nada que pedir. Los mitos son pues medias verdades.
¿Por qué hago esta larga introducción? Simple. Evo Morales se maneja en esta dimensión: la del subconsciente. Esta dimensión vive de los mitos. Estos están tan arraigados en la psiquis colectiva, que hay que jugar con ellos. Ya lo hizo con el primer mito: el del colonizado. Toda la parafernalia plurinacional, tuvo que ver con esto. Insisto: lo que cuenta es la dimensión psíquica. Lo de menos es la realidad.
En esta, en el mundo real, se puede pisotear a los indígenas de carne y hueso del Tipnis, dejar a los verdaderos indígenas pobres jodidos mientras la Felipa y sus huestes se enriquecen con el Fondo Indígena, olvidarse de 15 pueblos indígenas en vías de extinción, detener el saneamiento de tierras, destinar menos plata a la economía campesina y un largo etcétera. Pero es que lo que importa es esa sensación de reivindicación.
La realidad cuenta menos. Nuestro presidente anti-indígena, por ello, se puede jactar de ser el defensor de los indígenas del mundo. Vaya.
También lo hizo con el segundo mito, nacionalizando las empresas estratégicas bolivianas. Nuevamente podemos estar seguros de que el rendimiento no es lo más importante. En su mayor parte, las empresas públicas van mal. Y la que va bien que es YPFB, no le irá necesariamente bien en el futuro. Es evidente que da más ingresos, pero no es menos evidente que no es sostenible. Además, si el asunto era recuperar los recursos naturales (algo así como haber recuperado el Cerro Rico), baste recordar que más de dos tercios de los yacimientos siguen en manos de empresas transnacionales (datos del Cedla).
En todo caso, lo efectivo es que los estrategas del MAS han sabido jugar con este mito, poniéndolo al servicio electoral del presidente (chino).
Y bueno, llegados a este punto, hay que ser muy ingenuo para creer que la apuesta por el mar no tenía la intención de perpetuar al líder máximo.
En realidad, habiendo perdido el MAS el monopolio del discurso descolonizador –primer mito- (cada vez menos gente se identifica como tal; el MAS perdió en El Alto y/o algunos líderes indígenas como Patzi, Alfaro y/o Damián Condori ya no son del MAS) y con los precios del gas y de los minerales bajos –segundo mito-, ¿no era absolutamente predecible que se apele al tercer mito? Sí lo era. Ello no significa que igual no resulte vulgar oír el discurso infantilizador (o sea, que nos toma por imbéciles) del vicepresidente: “para volver al mar, tenemos que seguir con el hermano Evo”.
Y es que es así. No importa que no tengamos mar, algo que podríamos lograr poniéndole millones de dólares no al litio, la energía nuclear o a los teleféricos sino a la hidrovía Paraguay-Parana, a Ilo y Matarani y, hacia el norte, a la efectivización de una salida expedita por el Madera-Madeira. No, no importa. Lo que importa es otra cosa: seguir el juego de la psicología colectiva. Seguir lucrando con nuestros temores, rencores y miedos. El mar de la Haya no es la excepción.
En realidad, es la última carta para lograr que el insustituible caudillo siga metiendo goles en las tantas canchas de fútbol a seguir inaugurando hasta el 2025 (o más). El poder es lo que cuenta. El mar siempre puede esperar, siempre que siga dando votos.
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