Sindicalismo Revolucionario

Guillermo Lora.

Extractado de “Nociones de Sindicalismo”, G. Lora, Ediciones “La Colmena” 1989

… En Bolivia, afloran en las organizaciones laborales algunas manifestaciones que se confunden con las tesis del sindicalismo revolucionario (sindicalismo basado en la lucha de clases y no en el colaboracionismo con la burguesía y su Estado). Elementos rezagados y dirigentes burocratizados, unos sin partido y otros pertenecientes a organizaciones débiles, sustituyen, ya en los hechos o en los planteamientos generales, al partido político con el sindicato. No reniegan de la política y tampoco la repudian porque son politiqueros profesionales y hacen todos los días política menuda. Generalmente son activistas que han fracasado en el campo partidista y se mueven guiados por enormes despropósitos teóricos. En el sindicato se mueven a sus anchas: imponen su voluntad, maniobran por encima de todos los principios, que por otra parte les importa muy poco, no tienen seguidores en el estricto sentido de la palabra, pero aparecen como líderes de toda la clase obrera, de las masas en general o del país, en esta ficción basan su poca o mucha influencia frente al gobierno, principalmente, a la patronal y en el mismo escenario político del país.

De una manera empírica dicen practicar en los hechos una supuesta autonomía de los sindicatos frente a los partidos políticos. Desarrollan la absurda teoría de que los militantes políticos dejan sus ideas y las instrucciones de sus partidos en la puerta de los sindicatos, para actuar como apartidistas, llevando una línea propia del sindicato (se empecinan en presentarlo como una auténtica dirección política, de mayor calidad que los partidos). Se siembra la ilusión en sentido de que los sindicalistas, aunque pertenezcan a determinado partido, son siempre mejores que los políticos de afuera porque se alimentan con la sabiduría que emana del sindicato.

Por ignorancia, por mala fe y acaso por las dos cosas, se olvida que la política de los sindicatos está determinada en la práctica por la política de los partidos, que la autonomía tan pregonada no es más que una impostura, inclusive los que dicen ser apolíticos se limitan a reproducir la política de la burguesía dueña del poder político.

La única creación política de los sindicatos consiste, en el mejor de los casos, en retacear las posiciones partidistas; constituyen, por otra parte, magníficos canales de difusión de las ideas elaboradas por los partidos, tan vivamente interesados en controlar, por medio de sus militantes, su actividad cotidiana, su proyección política.

Una parte de la burocracia que carece de verdaderas tiendas políticas y que se esfuerza por sacar ventaja de este hecho, quiere hacer creer que el sindicato constituye el escenario adecuado para resolver todos los problemas nacionales y universales: se lo quiere presentar como faro orientador de la política que desarrolla el gobierno, la oposición, la empresa privada, etc. En la última época la burocracia cobista se ha agotado en la elaboración de planes salvadores que le ha entregado al gobierno. Con todo, si se observa bien se comprenderá que esos planes no hacen otra cosa que reflejar ciertas tendencias partidistas.

Lo que es sumamente sugerente es que ninguno de los partidarios de la preeminencia política del sindicato se propone la destrucción del sistema capitalista, es decir, la liberación del proletariado. Todos ellos están empeñados en poner a salvo al actual régimen, al que abusivamente llaman “proceso democrático”, y para hacerlo proponen una serie de reformas, desde algunas de importancia hasta otras totalmente baladíes. La teoría sindicato-partido hay que considerarla, pues, no desde el punto de vista de la revolución, que tanto vale decir, del cumplimiento de los objetivos históricos de la clase obrera sino de la conservación y perfeccionamiento del capitalismo. En la lucha diaria, la burocracia cobista ha convertido en el objetivo final de la lucha el logro del salario mínimo vital con escala móvil referido al precio de las mercancías, que como nadie ignora lo más que puede permitir es una vida humana a los trabajadores y, en la actual situación política, la movilización de las masas hacia su meta final.

Se puede también añadir que mientras los sindicalistas revolucionarios clásicos propugnan la acción directa y particularmente la huelga general, como métodos del proletariado, los burócratas bolivianos declaran ser campeones del método de las negociaciones con el gobierno burgués. Sería, pues, una arbitrariedad, un absurdo, confundir o identificar al sindicalismo revolucionario  … con su caricatura boliviana.

La burocracia cobista ofrece pruebas inequívocas de su oposición a la lucha de clases. Una de sus mayores imposturas al respecto ha sido su empeño por discutir con la empresa privada (capitalismo) acerca de planes y soluciones comunes que deben idearse para salvar al actual régimen y al gobierno burgués. Esa burocracia parece ignorar que el antagonismo clasista no es ninguna invención, que parte de intereses materiales contrapuestos e irreconciliables. Es evidente que las soluciones proletarias a los problemas nacionales no pueden de ninguna manera coincidir con las hechas por los capitalistas, esto por tratarse de planteamientos cualitativamente diferentes y excluyentes entre sí.

 

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