Contra la binariedad heteropolítica; en respaldo a Segato, Galindo y Rivera

Silvia Rivera Cusicanqui, Rita Segato y María Galindo han sido blanco de violentos ataques y acusaciones por el solo hecho de disentir y ofrecer una mirada crítica hacia los procesos de emancipación y rebeldía que aún están en construcción. Compartimos un alegato en su respaldo, desde las disidencias sexuales, por fuera de la binariedad heteropolítica.

Por: Christian Egüez/Marica y Marginal

Lo que hacen María Galindo, Silvia Rivera y Rita Segato no es otra cosa que ampliar el terreno de discusión crítica frente al conflicto que vive Bolivia. Salir de la binariedad (eso que llamamos polarización) implica entregar otros horizontes discursivos y perspectivas reflexivas al conjunto social, se trata de situar el cuerpo y el pensamiento disidente en el territorio de existencia de la discusión política, construir otros panoramas críticos que desmoronen los reduccionismos del oficialismo versus oposición, collas versus cambas, oriente versus occidente, izquierda versus derecha, opresores versus oprimidos, ricos versus pobres, mestizos versus indígenas.

Tomar esta postura no es una cuestión moral, no es el intento neurótico por quedar bien con todos ni de tomar posición por nadie de manera disimulada, tampoco es el intento de salir ilesas de cualquier acusación partidaria o justificar la violencia desatada contra quienes se manifiestan. Todo lo contrario, las ambigüedades son difíciles de llevar, no tener bando es subversivo, mirar las cosas por fuera de las pugnas de poder y las verdades absolutas es una tarea monstruosamente difícil.

Lo sabemos muy bien quienes llevamos nuestra sexualidad desde una perspectiva disidente y no binaria, Lo sabemos muy bien quienes vivimos el cuerpo por fuera de las verdades anatómicas; los polos políticos te violentan y se arrogan el derecho de reclamarte una definición clara y absoluta. Debemos pelear contra esa mirada única y verdadera. Nuestro país merece una mirada distinta de aquellas que siembran el enfrentamiento, el terror y la muerte, por fuera de nuestros púlpitos y fanatismos políticos, culturales, religiosos y corporales.

Ahora mismo, la norma política heterosexual establece solo dos caminos para reflexionar la crisis y mantener cierta postura: por un lado, buscan convencernos de que el gobierno de Evo Morales era una dictadura y que merecía un derrocamiento en nombre de la libertad y la democracia; por el otro, se nos dice que estamos frente a un Golpe de Estado dado por una ultraderecha fascista y racista contra un gobierno democrático. Ninguno de los caminos otorgados por la binariedad heteropolítica son absolutamente reales.

El gobierno de Evo Morales no era una dictadura, pero últimamente tenía actitudes y características autoritarias, incuestionables y arbitrarias. Se gobernaba en función de los deseos de una cúpula de señores que se habían apoderado del proceso de cambio. Se desconoció la voluntad popular ante una crisis de representación y formación de nuevos líderes al interior de su partido. Se pactó con el poder agroindustrial para cumplir con los proyectos extractivistas que incendiaron la Chiquitanía en complicidad del empresariado cruceño, encebaron a los militares con todos los privilegios habidos y por haber. Hubo corrupción, represión a indígenas y personas con discapacidad, hubo machismo e impunidad de autoridades violentas.

A pesar de todo eso, es imposible desconocer los avances en derechos humanos, la inclusión y reivindicación de una gran amplitud de sectores populares, la redacción de la nueva Constitución y el reconocimiento de la plurinacionalidad y otras diversidades. Son innegables los avances económicos, la dotación de tierras y casas a familias que jamás habían tenido nada. El pueblo boliviano -sobre todo la gente de abajo en la que me incluyo- volvió a soñar y tejer grandes sentidos de futuro.

Las revueltas que sacaron a Morales no se tratan de un Golpe de Estado en el sentido estricto de la palabra, pero sus acciones muestran características golpistas, fascistas y fundamentalistas. No buscan democracia, solo buscan poder, así lo demostraron desde el principio, paradójicamente erigieron coordinadoras por la democracia con actitudes antidemocráticas, sin mujeres ni diversidades, convocaron cabildos sin deliberación ni participación de múltiples voces, volvieron incuestionable la palabra del Comité cívico pro Santa Cruz, una institución ferozmente homofóbica y transfóbica.

Actualmente, el Gobierno transitorio está a la cabeza de una señora racista e ignorante, acompañada de hombres despojados de todo intelecto. Han demostrado que el único lenguaje que entienden no es el diálogo sino la violencia. Se trata de una coalición de sectas religiosas dispuestas a disparar para mantener la voluntad de “Dios” al interior del palacio de gobierno. Así son los dogmas, violentos y pistoleros. Mantuvieron un paro de 21 días basado en la manipulación de la fe y la profundización de sentimientos cívico-patrióticos de unidad y supremacía racial; se amotinaron los policías y fueron los militares quienes “sugirieron” la renuncia del Presidente. Dos instituciones que tienen tantas cuentas pendientes con la historia y que claramente solo cuidan sus intereses.

Ante un sistema de país en ruinas, reconstruyeron los cimientos del Estado-Nación sobre pasiones regional-cristiano-católicas. Mandaron a volar la plurinacionalidad y el Estado Laico. La biblia que usó Jeanine Añez cuando fue posicionada de manera inconstitucional, no es más que un acto de incrustación de versículos retrógrados sobre nuestros pechos y genitales, es la escritura de postulados religiosos sobre nuestro accionar político, es la puerta abierta de un proyecto de poder fundamentalista y tiránicamente heteronormativo, machista y religioso, contrario a los derechos humanos.

Hoy reprimen a grupos afines al MAS llamándolos “hordas masistas” para animalizarlos y que sus muertes no nos duelan. Es el peor gobierno transitorio que pudimos tener. Nada de esto se justifica y, a pesar de todo, no se puede negar la legítima petición de respeto al voto, alternancia en el poder y elecciones de autoridades sin fraudes de por medio. Nuestro país se encuentra en una situación triste y devastadora.

Por todo lo expuesto creo que no es correcto decir que el proceso de cambio era una “dictadura”, tampoco considero correcto decir que su salida fue un “golpe de Estado”, son posiciones que nos ponen en función del miedo, el enfrentamiento, el odio y la muerte.

No es el proceso de cambio nuestra última esperanza democrática, mucho menos los que ahora se pasean por el Palacio de Gobierno. Es un momento complejo que merece una lectura compleja. Por eso me opongo al intento machista de invalidar el pensamiento de mujeres feministas y defiendo las posturas disidentes de Galindo, Rivera y Segato, aunque no siempre coincida con ellas, creo firmemente en que sus voces nos entregan otros horizontes de lucha.

Existen quienes buscan callarlas afirmando que representan a un feminismo blanco y académico, reduciendo la crítica de la blanquitud al color de la piel. El trabajo intelectual de estas tres referentes está sobradamente demostrado en temas de descolonización, anarquismo, indigenismo, género, poder, diversidades sexuales y, por si fuera poco, Galindo es la autora de la tesis de la despatriarcalización. Las formas de representación, escritura y reflexión de sus aportes están por fuera de lo que podríamos considerar «blanco» o clasista.

Los grupos feministas, animalistas, artistas, medioambientalistas, disidentes sexuales, LGBTIs y todos los sectores que siempre quedamos al margen de las cosas, tenemos la obligación de tener una lectura política compleja, no partidaria y construir un proyecto de resistencia colectiva ante el fascismo en avanzada y la violencia galopante.

FUENTE: https://muywaso.com/contra-la-binariedad-heteropolitica-en-defensa-de-segato-galindo-y-rivera/