OPINIÓN: El peso de la balanza
ALBERTO Hernández Lopo 14/03/2014
O el balance de la Balanza. Valga la redundancia. Ya saben que esta semana se procedía a la publicación de la heterodoxa balanza fiscal extremeña. Y si así uso el adjetivo para calificar las 32 páginas del documento es porque existe un punto de partida que debemos dejar claro: la balanza mostrada no es tal. Sin aportar la sistematización, metodología o criterios acogidos para su realización, indagar los datos de origen resulta complicado. Pero, además, obvia el carácter que tiene una balanza fiscal: la medición de la diferencia entre ingresos y gastos y el análisis de los flujos de fondos (inversión/financiación) utilizados para los referidos gastos e ingresos.
No es, por tanto, un documento de carácter técnico «propiamente», por más que se revista de tal. No es tampoco una fotografía de la situación real de la financiación en la región, por más que se insista en ello. Pero tengo para mí que, igualmente, tampoco creo que a sus inspiradores se les oculte nada de lo anterior. De lo que no hay duda de que la balanza fiscal hecha por (y para) el gobierno extremeño ha tenido un indudable eco en foros del más distinto calado. Muchas miradas, incluso de quienes fingían no echar ni un vistazo, estaban puestas en ellas. Muchos tiradores, incluso desde el mismo lado de la trinchera, ajustaban el visor a la espera de su puesta en escena. Cuentas que ajustar siempre hay. Pero, ¿cuáles son los pesos que se han incorporado a la balanza fiscal extremeña? ¿podremos sacar resultados de su medición?
El primer peso es el peso político. Dejando por un momento de lado su contenido, la balanza extremeña pasa por ser una forma de denuncia del sistema de financiación autonómica y un auténtico aviso a navegantes de que se vigilará cualquier reforma del mismo. Ante la persistente insistencia de muchos que se sienten perjudicados, y claman por un nuevo sistema de financiación autonómica (que suele traducirse en un «qué hay de lo mío» o en el más claro «quiero/necesito más») la actitud revelada detrás de la balanza es que no se permitirá que supuestos claramente subjetivos se hagan pasar por datos irrefutables. En ese punto, la balanza blanca, verde y negra tiene el indudable mérito de recordar (para aquellos desmemoriados o de frágil recuerdo) que hay dos principios rectores entre regiones que no pueden graciosamente desechar: solidaridad y coordinación con el Estado.
Es un acierto arrimar el ascua a la aportación energética de Extremadura o la lacra del desnivel en infraestructuras con el resto de las comunidades. Demandas ciertas, sostenidas en el tiempo y, por qué no señalarlo, expuestas con un tono irónico-técnico que suma. Claro que serían reclamaciones mucho más sólidas si la ligereza del propio documento no jugara en parte en su contra. Es fácil echar de menos el desglose de las subvenciones, ayudas o fondos del estado que han colaborado en ese superávit de aportación energética. O el listado de inversiones en infraestructuras en la región que han sido ineficientes, abandonadas o demoradas en el tiempo aun a coste de empresas privadas (¿Expacio Navalmoral existirá algún día?).
El segundo peso está indudablemente ligado al primero. Las sonrisas del desayuno madrileño no son más que pruebas de que atraer los focos era un objetivo no escrito en la balanza. Su peso mediático trataba de superar el tratamiento «estándar» de Extremadura en los medios. Objetivo que, en mi opinión, se ha conseguido sólo a medias (y generosamente). La personalización en Monago , la larga letanía del «verso suelto» (nada curioso que el propio presidente insistiera en desarticular esta teoría) y la extravagancia de algunos de los datos mostrados (¿de quién es la culpa de la falta de grandes empresas en la región? ¿De nuevo dejamos la autocrítica para los demás?) han funcionado como una larga sombra del propio documento. Que (y no hay que jugar a ser vate) durará poco como noticia, no servirá para negociar demasiado, y será un recuerdo en la carrera de las comunidades por ser la que peor es tratada, la que más injustamente se sirve del estado. Como una sucesión de plañideras.
Lo cierto es que no puede tomarse la balanza más que desde la perspectiva de dar publicidad a la situación de financiación que el gobierno en el poder considera que tiene Extremadura. Y lo que es más cierto aún es que de lo que debiéramos preocuparnos es que existiera un nivel de servicios igual para todo el país. No por territorios. Ese, al menos para mí, es el argumento de peso, el que desequilibra cualquier balanza.
Para revisar la página de origen haga click aquí
No es, por tanto, un documento de carácter técnico «propiamente», por más que se revista de tal. No es tampoco una fotografía de la situación real de la financiación en la región, por más que se insista en ello. Pero tengo para mí que, igualmente, tampoco creo que a sus inspiradores se les oculte nada de lo anterior. De lo que no hay duda de que la balanza fiscal hecha por (y para) el gobierno extremeño ha tenido un indudable eco en foros del más distinto calado. Muchas miradas, incluso de quienes fingían no echar ni un vistazo, estaban puestas en ellas. Muchos tiradores, incluso desde el mismo lado de la trinchera, ajustaban el visor a la espera de su puesta en escena. Cuentas que ajustar siempre hay. Pero, ¿cuáles son los pesos que se han incorporado a la balanza fiscal extremeña? ¿podremos sacar resultados de su medición?
El primer peso es el peso político. Dejando por un momento de lado su contenido, la balanza extremeña pasa por ser una forma de denuncia del sistema de financiación autonómica y un auténtico aviso a navegantes de que se vigilará cualquier reforma del mismo. Ante la persistente insistencia de muchos que se sienten perjudicados, y claman por un nuevo sistema de financiación autonómica (que suele traducirse en un «qué hay de lo mío» o en el más claro «quiero/necesito más») la actitud revelada detrás de la balanza es que no se permitirá que supuestos claramente subjetivos se hagan pasar por datos irrefutables. En ese punto, la balanza blanca, verde y negra tiene el indudable mérito de recordar (para aquellos desmemoriados o de frágil recuerdo) que hay dos principios rectores entre regiones que no pueden graciosamente desechar: solidaridad y coordinación con el Estado.
Es un acierto arrimar el ascua a la aportación energética de Extremadura o la lacra del desnivel en infraestructuras con el resto de las comunidades. Demandas ciertas, sostenidas en el tiempo y, por qué no señalarlo, expuestas con un tono irónico-técnico que suma. Claro que serían reclamaciones mucho más sólidas si la ligereza del propio documento no jugara en parte en su contra. Es fácil echar de menos el desglose de las subvenciones, ayudas o fondos del estado que han colaborado en ese superávit de aportación energética. O el listado de inversiones en infraestructuras en la región que han sido ineficientes, abandonadas o demoradas en el tiempo aun a coste de empresas privadas (¿Expacio Navalmoral existirá algún día?).
El segundo peso está indudablemente ligado al primero. Las sonrisas del desayuno madrileño no son más que pruebas de que atraer los focos era un objetivo no escrito en la balanza. Su peso mediático trataba de superar el tratamiento «estándar» de Extremadura en los medios. Objetivo que, en mi opinión, se ha conseguido sólo a medias (y generosamente). La personalización en Monago , la larga letanía del «verso suelto» (nada curioso que el propio presidente insistiera en desarticular esta teoría) y la extravagancia de algunos de los datos mostrados (¿de quién es la culpa de la falta de grandes empresas en la región? ¿De nuevo dejamos la autocrítica para los demás?) han funcionado como una larga sombra del propio documento. Que (y no hay que jugar a ser vate) durará poco como noticia, no servirá para negociar demasiado, y será un recuerdo en la carrera de las comunidades por ser la que peor es tratada, la que más injustamente se sirve del estado. Como una sucesión de plañideras.
Lo cierto es que no puede tomarse la balanza más que desde la perspectiva de dar publicidad a la situación de financiación que el gobierno en el poder considera que tiene Extremadura. Y lo que es más cierto aún es que de lo que debiéramos preocuparnos es que existiera un nivel de servicios igual para todo el país. No por territorios. Ese, al menos para mí, es el argumento de peso, el que desequilibra cualquier balanza.
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