Los Tiempos • Crisis política de la clase dominante
Artículo de opinión
Por: Lorgio Orellana Aillón
La escisión de la clase dominante es un rasgo característico de su crisis política, planteaba Lenin. La caída de Evo Morales en diciembre de 2019 y el ascenso de Jeanine Áñez, pusieron de manifiesto la concurrencia entre dos proyectos de acumulación de capital y dos proyectos estatales.
Durante el Gobierno transitorio, esto se expresó mediante la liberalización de la exportación de soya, la dotación de tierras a terratenientes, la inyección a la banca con dinero de los fondos de pensiones, el quiebre y privatización de empresas del Estado, el regreso del FMI como importante acreedor.
Se trataba de la tradicional vía oligárquica, caracterizada por la ocupación directa de los cargos estatales por los representantes de agroindustriales, terratenientes, ganaderos, exportadores y banqueros, respaldados por importantes capas de las clases medias, como los colegios de profesionales (todos ellos identitariamente mestizos y blanco-mestizos).
Por el contrario, el del MAS ha sido y es un proyecto farmer de transformación de pequeños patrones de origen indígena en grandes patrones capitalistas, mediante la transferencia de excedentes a través de un gobierno que fomenta el desarrollo del mercado interior. Durante los últimos 14 años se vio el surgimiento de nuevos ricos de tez morena, como nuevos empresarios cooperativistas, interculturales soyeros y ganaderos en el oriente boliviano, nuevos campesinos ricos vinculados a la producción de la coca, al negocio de la exportación de la quinua, nuevos patrones emergentes en el sector manufacturero y artesanal, ligados al dinamismo del mercado interior. Según una investigación del Cedla, la cúpula de la Csutcb y del Pacto de Unidad representa precisamente los intereses de nuevos campesinos ricos.
La política monetaria que apunta a mantener un boliviano apreciado para dinamizar el mercado interior, se diferencia de la política de devaluación recomendada por los asesores económicos de Áñez y del FMI en beneficio de los sectores exportadores.
Hasta la caída del MAS en noviembre de 2019, la administración de Morales procuró aglutinar dentro de un mismo “bloque histórico” a estas dos fracciones de la burguesía. Un ejemplo puede encontrarse en los decretos del gobierno del MAS que favorecieron las quemas en la Chiquitania, precisamente buscando ampliar la frontera agrícola a favor de la exportación de soya y de carne a la China, un proyecto defendido por la Csutcb y los ganaderos del oriente.
La crisis de noviembre de 2019 fracturaría a este “bloque histórico”. Si bien hasta entonces la Cainco y Fegasacruz se mantuvieron al margen de los reclamos contra la repostulación de Evo Morales, en el mes de noviembre los ganaderos apoyaron la rebelión indicando que proveerían a Santa Cruz con carne. Después del ascenso de Jeanine Áñez, importantes cuadros de la burguesía cruceña pasaron a formar parte del nuevo gobierno.
Esos enroques de poder local estuvieron relacionados con distintos alineamientos de tipo imperial. En tanto los EEUU constituyeron el aliado estratégico del gobierno de Áñez, la China ha sido y es el socio protoimperial estratégico de los gobiernos del MAS. Las burguesías locales son peones dentro de un tablero de ajedrez más grande, donde aquellas dos superpotencias se disputan la hegemonía mundial, que incluye los recursos naturales de Bolivia. Mientras uno de los rasgos de los gobiernos neoliberales del pasado fue su alineamiento con los dictámenes del FMI y del Banco Mundial; por el contrario, un mayor excedente detentado por el gobierno del MAS, después de la reforma tributaria de 2005 en el sector de hidrocarburos, abrió un periodo de autonomía relativa del Estado respecto de las transnacionales, la oligarquía local y las agencias del capital financiero internacional. Precisamente, el “golpe de Estado” de noviembre de 2019 fue una tentativa fallida de restauración oligárquica y de realineamiento del Estado andino bajo las directrices de Washington.
La crisis de 2019 no solo puso en evidencia la contradicción entre dos proyectos de acumulación, también fue el estallido de un problema nacional inscrito en las instituciones del Estado. Benedict Anderson afirma que el nacionalismo es un fenómeno similar al dogma religioso. Ideológicamente, el Ejército boliviano se constituyó en base al dogma mestizo de “un solo Dios, una sola patria, una sola bandera”. Las movilizaciones de octubre y noviembre de 2019 mostraron a una sociedad civil predominantemente mestiza que comulgaba con aquellos principios. Su expresión política fue el gobierno de Jeanine Áñez, que precisamente reclamaba introducir a Dios y al mestizaje dentro de la comunidad política imaginada boliviana; que, según cómo percibían el nuevo Gobierno y los movimientos que lo respaldaban, habían sido sacados por el plurinacionalismo del MAS. La reacción mestiza removió la wiphala de varias entidades públicas, los policías se la cortaron de sus uniformes. En sus oraciones, policías e integrantes del “movimiento pitita” rogaban que Dios los perdonase y hacían demostraciones mostrando a Cristo crucificado.
Dos instituciones nacionales fundamentales del Estado boliviano, la Policía y el Ejército, se rebelaron contra el gobierno plurinacional de Evo Morales, rechazando sus liturgias políticas y pisoteando su simbología indigenista. La invocación del retorno a la República mestiza en oposición al plurinacionalismo del MAS, resonó con mucha fuerza aquellos días, poniendo en evidencia una profunda escisión en el sistema de creencias de las elites estatales; pero también en la misma sociedad civil, donde los sectores acomodados y las clases medias mestizas y blanco-mestizas de las ciudades, se confrontaban a las clases subalternas de campesinos y trabajadores aymaras y quechuas. La lucha de clases-etnias escindía la imaginada comunidad política boliviana.
Esta es hoy una contradicción latente, que podemos verla en la liturgia política de posesión del nuevo Alto Mando militar, cuando el recientemente electo presidente Luis Arce pedía a los jefes militares que hicieran la señal que mejor indicase su creencia. Mientras hacían la señal de la cruz Luis Arce no decía que jurasen por Dios, sino por los héroes de la patria. Los militares juraban a una imagen, para ellos sagrada, que no se encontraba representada dentro de la comunidad política imaginada que invocaba Arce. ¿Por qué entonces tendrían que serle leales?, se pregunta uno. Se trata de una escisión en el sistema de creencias de la elite estatal.
En resumen, la crisis política de la clase dominante desatada en 2019, cuyas repercusiones aún vivimos, es, entre otras cosas, el resultado de una concurrencia entre distintas modalidades de acumulación, proyectos estatales adversarios y una escisión en el sistema de creencias políticas, que ya no cohesiona a la elite estatal.
*El autor es docente investigador del Instituto de Estudios Sociales y Económicos (IESE) – UMSS
Fuente: https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20210407/columna/crisis-politica-clase-dominante