El Deber • ONG, el tiempo de la mentira (no del debate) • 30/08/2015
Diego Ayo Saucedo
Pol Pot o Ceacescu denominaban a sus procesos revolucionarios ‘democracias populares’. La palabra decía una cosa y la realidad denotaba otra. Cuando llegamos a esto, es decir cuando los significados y significantes empiezan a distanciarse entre sí, podemos estar seguros de que la revolución empieza su declive.
La hegemonía no la tiene la izquierda, un partido revolucionario o un programa de gobierno. No señor, la hegemonía la tiene la mentira. Así con mayúsculas. Y es que si ves una paloma volando, la señalas diciendo “¡un elefante volando!” y exiges que quienes te rodean te crean, so pena de ser expulsados del país, la cosa es seria.
Esto sucede en una democracia cuando las cosas van mal o, al menos, no van tan bien. En ese escenario, se le debe seguir diciendo a la población lo que quiere oír y no lo que debe oír. Mentirles. Creo, y en ello reside su ‘error’, que las ONG atacadas tienen la lucidez de buscar encontrar cierta similitud entre la realidad y las palabras. Que esta –la realidad- no esté tan lejos de las palabras y que si dices “esta es una paloma”, al menos esta vuele, tenga alas y diga ‘pío pío’. Ese es el pecado de estas cuatro ONG.
Veamos brevemente lo que ofrecen estas instituciones. Ruego me disculpen, pues con seguridad voy a simplificar la riqueza de sus trabajos. A pesar de este riesgo, quiero enfatizar, y son mis propias conclusiones, los aspectos descollantes de todas ellas.
¿Qué defiende Fundación Milenio? Su labor está centrada fundamentalmente en buscar conocer si la enorme bonanza vivida a la cabeza de Evo Morales ha permitido modificar la matriz productiva de Bolivia. Vale decir, su objetivo central estuvo dirigido a comprobar si el excedente del que hemos gozado –de 56.000 millones de acuerdo a J.A. Morales (más en 7 años de Evo que en los 25 años previos)- ha servido para poner las semillas de un modelo económico menos dependiente de los recursos naturales. Y para ser aún más claro, su propósito estuvo orientado a contestar la siguiente interrogante: ¿nos estamos farreando o nos hemos farreado el auge económico que hemos tenido la suerte de vivir? La respuesta apunta a señalar la siguiente tesis: la bonanza no fue bien aprovechada, somos más dependientes de los recursos naturales que nunca.
¿Qué defiende el Cedib? el eje de sus trabajos estuvo en denunciar, más que solo analizar, el modelo desarrollista neoextractivista del país al frente de Morales. Su propósito es claro: el discurso a favor de la Madre Tierra que esgrime nuestro presidente es falso. Afuera somos muy respetuosos del medioambiente pero adentro no hay la menor consideración con él.
Lo que importa –lo que le importa al Gobierno central- es proceder a facilitar la dinámica capitalista de acumulación del capital sin ninguna contemplación, vale decir, así tumbándose los bosques que se pongan al frente. No es casual, por ejemplo, que por concepto de contrabando de oro se calcule un robo de 5.000 millones de 2006 a la fecha, en permisos para ‘chutes’ (permisos para explotar sin licencia ambiental) que han sido emitidos en dos terceras partes de 2010 en adelante.
¿Qué defiende el Cedla? Esta institución alerta sobre la recomposición de un bloque dominante enlazado armónicamente con el capital transnacional. De ese modo, su tarea consiste en denunciar el olvido del Gobierno a la industria nacional y al agro andino, en beneficio de megaobras encarnadas en 26 proyectos de ‘industrialización de los recursos naturales’ que, en su mayor parte, no han comenzado (solo nueve lo habrían hecho) y si lo han hecho, adolecen de múltiples debilidades que las hace poco rentables; y en provecho de la agricultura del oriente y, como correlato, en contra del agro campesino occidental (incluso en el caso de la quinua se ve una dinámica de favorecimiento a una oligarquía productiva que exporta la quinua, el gran alimento nutritivo, sin valor agregado y para consumo gringo, descontando el efecto sobre la tierra cada vez más erosionada).
¿Qué defiende Fundación Tierra? No hay duda, defiende al pequeño y mediano productor campesino. Las reflexiones giran en torno a la extranjerización de la tierra, la casi insignificante promoción al desarrollo rural (a pesar que hay más riego o electricidad), la permisividad a los cultivos transgénicos, pero sobre todo, aunque no lo dicen con estas palabras, la reiteración del mismo Estado anticampesino que denunciaba Miguel Urioste a finales de la década de los 70. Los datos son muy elocuentes. Quede solo mencionar que el Plan de Desarrollo Agropecuario 2014-18 asigna al sector 1.162 millones de dólares, apenas 232 millones por año, monto menor al de los subsidios anuales a los alimentos (subsidio pues al consumidor y no al productor).
En suma, lo que vemos a través de los ojos de estos investigadores tiene poco que ver con la realidad que pinta el Gobierno. Una realidad que no puede ni debe conocerse. Y es que es muy dura. Véase las conclusiones: el país sigue igual de extractivista y transnacionalizado como cuando nos gobernaba Gregorio Pacheco (solo cambia el recurso); el excedente se ha ido en gastos corrientes y gastos suntuarios y no en industria, desarrollo rural y ciencia y tecnología; el respeto a la Pachamama es pura hipocresía y el Estado anticampesino se renueva, aunque esta vez de la mano de un campesino.
No, no se debe permitir que ese discurso cale. Mejor botarlos, no debatir con ellos (eso sí, sería lo obvio en un régimen democrático). Que el discurso gubernamental intente lograr lo que no logra la gestión gubernamental. Mejor, amigos, que los elefantes vuelen…
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