Balance de una catástrofe ambiental consumada

Gustavo Portocarrero*

Bolpress/ enero 12 de 2015

Era el año 1961. No tenía ni veinte años de edad pero ya llegué a la Unión Soviética luego de un viaje de tres días por tren desde Viena. Cierto día de verano, muy de mañana, salí de Moscú hacia el oriente en un vuelo de casi nueve horas en avión a hélice (de aquellos tiempos) Previa escala en Kazán, capital de Tartaria, a orillas del inmenso río Volga, arribé a la República Soviética de Kazajstán. Tras cruzar los impresionantes Montes Urales el aparato descendió en la ciudad de Kustanai.

En el pequeño, como sencillo aeropuerto, descendimos jóvenes visitantes de Viet Nam, Laos y Cambodia (los dos primeros en plena guerra de guerrillas) y algunos más de Bolivia. Banderas de todos estos países flameaban en la terminal y cierta cantidad de muchachas bonitas con ramos de flores y la típica sonrisa asiática, nos dio la bienvenida. Un agasajo en lugar cercano en nuestro favor y de allí a ocupar dos omnibuses que, tras un viaje de más de una hora nos condujo a una región de casas de campo donde fuimos hospedados.

¿Dónde estaba? –Me encontraba en las lejanas Tierras Vírgenes del Asia Central, regiones donde nunca antes hubo un mínimo de agricultura y, como consecuencia, la población hubo permanecido por siglos, nómade.

La política económica del gobierno de la URSS era clara y tajante para roturar aquellas tierras y dar gigantesco impulso a su agricultura. Para dicho efecto, muchos años antes de mi visita, una infinidad de legiones de jóvenes entusiastas y disciplinados de distintas repúblicas soviéticas, eran trasladados hacia aquellos lugares para trabajar en la producción agrícola. Miles de aquellos hicieron producir millones de hectáreas.

Yo mismo tuve oportunidad de conversar con varios de aquellos, de las nuevas oleadas juveniles, de tan increíble como prolongada campaña, quedando altamente impresionado de sus objetivos y energía personal y social. Parecía sentirme en otro planeta al contemplar tanta tenacidad, idealismo por su patria y espíritu de trabajo colectivo sin intereses personales ni ambiciones mezquinas de hacerse rico.

Recuerdo haber recorrido miles de hectáreas de interminables llanuras y contemplado múltiples cultivos que amarilleaban inmensas estepas, decoradas por el dorado trigo de excelente calidad, de cuya harina nunca antes había disfrutado tanto al degustar sus tipos del pan, fideos y otros productos. La entonces pequeña ciudad de Rudnyy era un centro importante de control y actividad. Por otra parte, el color verde, con múltiples tonos de este, tampoco estaba ausente en otras regiones de diferentes cultivos, donde se producía todo lo que uno pueda imaginar, de acuerdo con la planificación de la economía. Impresionante me resultó también contemplar regiones blancas, como alfombrado de la tierra, en las plantaciones de algodón.

Me será imposible olvidar los inmensos, como elevados graneros de trigo de capacidades astronómicas para almacenaje. Nunca vi nada igual ni en los EE.UU. ni en Europa, países que visité tiempo después.

Claro está también que yo no veía tierra ociosa, áreas parceladas ni -menos- linderos de separación para uso individual. La generosa naturaleza retribuía tales esfuerzos colectivos con abundancia, calidad y con frutos de tamaño significativo. Tomo como ejemplo que la producción de tomates mostraba uniformidad en el buen tamaño en todos sus ejemplares, sin manchas ni deformidades, con vivos colores y su abundante como apetitoso contenido líquido. La prosperidad no se hacía esperar; la abundancia, tampoco.

Siempre fui un romántico soñador e idealista. El impacto psicológico entre lo que veía y todo lo contrario que en mi país me metieron a la cabeza, me produjo un verdadero shock traumático: lo veía y no lo creía. Me saltaban las lágrimas de emoción. Me encontraba presenciando la labor de un modelo de hombre nuevo, sano, puro y digno de la Tierra y contemplaba a la vez, estupefacto, al hombre del futuro, al ser de una otra dimensión.

Amante de la literatura, me vino a la mente que se había materializado la obra escrita por el poeta Hesíodo de Beocia, de la antigüedad griega, siete siglos antes de J.C. que planifica la agricultura y del cual continúo como su admirador. En ese tiempo era yo un estudiante universitario en la carrera de Filosofía y Letras.

Aquél Hesíodo, el gran pensador de la Hélade, da hermosos consejos en lenguaje fino y literario a su hermano Perses: orden en el trabajo, calendario, cuidados, precauciones, ahorro, esfuerzo, censura a la flojera y trabajo duro como sacrificado para no sufrir hambre y llegar a una gran prosperidad posterior. Este poeta milenario se opone a la acaparación de tierras por los “señores”, donde cada uno de aquellos es un buitre que tiene al humilde –un ruiseñor aprisionado en sus garras– presto a hacerle daño.

Hasta el día de hoy recuerdo y tarareo algunas de las varias canciones conmemorativas Kazajas del colectivo sacrificio y la bondadosa respuesta de la naturaleza. También recuerdo, aún con sus nombres, a simpáticas muchachas que me causaron no sólo admiración por su sencillez, naturalidad, espontaneidad y belleza, sin la corrupción ni la malicia de la sociedad occidental. No puedo negar que algunas despertaron mi enamoradiza pasión.

Treinta años después, mediante distintos medios de comunicación, –y ya en 1991 cuando ya se había desintegrado la Unión Soviética– sufrí otro profundo shock el saber que las autoridades de aquellas épicas épocas habían producido un horroroso problema ecológico ambiental. Aquello se hizo realidad por haber patrocinado, durante décadas, la utilización de las aguas de dos importantes ríos que desembocaban en el mar de Aral, con la finalidad de regar los cultivos de todas aquellas regiones. Se trataba de incrementar particularmente el algodón, destinado a su procesamiento nacional por la industria textil.

Movido por mi inquietud sobre el tema., con bastante impaciencia comencé a buscar y adquirir –parte por parte– toda la información histórica y técnica que pude conseguir sobre el tema. Me inquieté también por la geografía y cartografía de toda aquella región, incluyendo información satelital, e incluso películas de archivos históricos para entender y procurar dominar aquél macro-problema ecológico. Pensé con ligereza que también la agricultura tenía su parte de culpa al provocar que el enorme como majestuoso mar de Aral desaparezca definitivamente por falta de afluentes y que apenas hoy le queden algunas lagunas en ciertas áreas, que tuvieron la suerte de poseer mayor profundidad, para triste recuerdo melancólico de los sobrevivientes.

El Mar de Aral ocupaba un inmenso mediterráneo interior continental, localizado entre las hoy ex repúblicas soviéticas de Kazajstán y Uzbekistán. Privado de la acción benéfica milenaria (o inmemorial) de sus afluentes: las aguas de los ríos Amou-Daria y Syr-Daria, no se podía esperar mejores resultados.

Durante el desarrollo del gigantesco proceso agrícola, las autoridades fueron advertidas por, ingenieros y técnicos sobre el riesgo de las operaciones, aunque tuvo primacía la opinión de los técnicos adversos e incluso de los trabajadores y poblaciones surgidas, que se pronunciaron por seguir las cosas hacia adelante. Se hablaba de que el hombre debe utilizar la naturaleza para su bien y aún dominarla para sus propósitos. Mientras tanto, la población pescadora del mar, –la futura afectada directamente– permanecía temerosa frente a la gran mayoría trabajadora de la zona agrícola planificada.

Las necesidades para el uso de los ríos indicados anteriormente, ya fueron consideradas y estudiadas en tiempos del Premier Jose Stalin ante los inminentes requerimientos de impulsar la agricultura en aquellas inmensas regiones, recibiendo el asesoramiento de técnicos, que no encontraban otra salida al problema, dada la apremiante causa nacional alimentaria. Un geógrafo ruso sostuvo que la presencia de tanta agua en el mar de Aral era la prueba del propio subdesarrollo nacional y falta de capacidad para explotar semejante cantidad del líquido que se precisaba, pero acababa allí acumulado. Al saber que la utilización de las aguas de aquellos ríos secaría el inmenso mar, un alto personaje del Ministerio del Agua se expresó como sigue: “El mar de Aral debe morir como un soldado en la batalla”.

El Presidente de la Academia de Ciencias de la vecina República Socialista de Turkmenia declaró expresamente: “…yo pertenezco a ese grupo de científicos que creen que secar el mar de Aral aporta mayores ventajas que conservarlo. Los cultivos de algodón pueden cubrir con creces la pérdidas de la industria y pesca que hay en el mar”…

Ya el año 1930 Stalin había instruido la construcción de gigantescos canales para redireccionar las aguas de aquellos ríos hacia las áridas estepas del Asia Central para luego ser transformadas en fértiles regiones agrícolas. Por requerimientos alimentarios nacionales, se patrocinaba también el cultivo en gran escala del arroz.

Cuando tocó asumir el gobierno al Premier Nikita Kruschev, adquirió éste un profundo optimismo y entusiasmo en la roturación de 250.000 km2 en Kazajstán, superficie equivalente a la de toda Italia. Este hábil visionario político, produjo el Proyecto de las Tierras Vírgenes, (a las que yo llegué después) destinado en buena parte al algodón. Fue clara su exhortación: “No perdamos el tiempo en discusiones. Utilicen toda el agua que necesiten”

Gracias al impulso dinámico y enérgico de este gobernante, sumado a un el poderoso movimiento de campaña bien organizada, activada por el partido comunista en el poder, el desarrollo y resultado de tan gigantesca labor fue exitoso, como ya se tiene indicado.

El precio de aquél progreso acabaría en una catástrofe impredecible porque –quiérase o no– pocos toman conciencia que la naturaleza ajusta cuentas.

Antiguas filmaciones conseguidas me permitieron apreciar que aquél mar era inmenso y majestuoso porque desaparecían sus costas y sus olas de tamaño respetable. Grandes embarcaciones surcaban sus aguas; también otras medianas y pequeñas de las cooperativas pesqueras para aprovechar la copiosa captura de especies. Las películas documentales registraron el grado de contento de los pescadores, con alegría y sonrisas por los buenos resultados en calidad, tamaño y número.

Una fábrica procesaba el pescado. Por sus instalaciones pasaba el material entre 40 a 50 toneladas diarias, según referencias de los pocos ex trabajadores ya viejos que quedan. La producción anual llegaba a 20.000 toneladas. Existían 19 granjas cooperativas y estatales en las costas. Los pescadores siempre superaban las cuotas que les fijaba el Estado entre un 150 a 200 por ciento. El pescado más famoso, el esturión, que produce el caviar –y por el cual los norteamericanos pagaban su precio en oro– pesaba entre 60 y 70 kilos. Las carpas tenían una capa de grasa de 2 cm de espesor. Era tanta la pesca que después de la segunda Guerra Mundial, y en el período de la reconstrucción nacional, Rusia la utilizaba positivamente para su alimentación.

El cargado y descargado de las especies se hacía al por mayor. Dada la inmensidad del recorrido, se estableció también transporte para pasajeros en barcos con capacidad de 200 personas. Varios barcos tenían potencialidad para carga entre 500 y 600 toneladas; otros podían arrastrar de 5 a 6 barcazas. La playa era toda una región turística donde llegaban viajeros de distintas partes del país a acampar y pasar vacaciones. Los niños de las aldeas concurrían a practicar natación todos los días después de clases.

Mucha gente sostenía que el mar de Aral era como un oasis en medio del desierto. El agua y el aire eran limpios. Las tierras circundantes, verdes por la vegetación. Plantas delgadas bambú, crecían en las orillas. Abundaban las aves y no había dunas de arena.

Mientras por un lado prosperaban las Tierras Vírgenes brindando excelente producción, y aún sobreproducción, más abajo, al sur del Asia Central, –en la región de Aral– comenzaban a hacerse sentir efectos perniciosos que aceleraban su magnitud:En solo 10 años ya se habían secado 6000 km2, reduciendo su nivel en 2 metros de altura. Comenzaron disminuir los peces y –naturalmente ante la falta de agua dulce de los ríos afluentes– habría de aumentar cualitativa como perniciosamente la salinidad del mar restante porque la sal no evapora. Se queda Para 1970, en 5 años de control, las aguas ya habían bajado otros 3 metros de nivel. Ya exhibía el calvario de su triste destino. A medida que las aguas se iban retirando, las antiguas costas resultaban más distantes. Los habitantes de las comunidades circundantes presenciaban el proceso de desertización de la base física del mar (su álveo) donde sus propias viviendas acababan rodeadas de más desierto. Los laboriosos vientos –que no pierden su tiempo– formaban dunas de molestosa transitabilidad, haciendo imperioso el empleo de camellos para transportarse. Se había esfumado el transporte marítimo. Una importantísima comisión del gobierno central se trasladó a las regiones de la crisis. No obstante entender la magnitud del problema, –aunque sin poder encaminar las cosas para atrás– ofreció brindar ayuda económica y reacomodar a los pescadores en otras regiones. Una mayoría prefirió quedarse por razones fundadas en tradición y sentimientos; allí nacieron, vivieron y morirían. Allí también estaban enterrados sus antepasados. Cuando la crudeza del tiempo agudizó las cosas por el cambio de clima, y las aldeas y caseríos quedaron a distancias ya inalcanzables de las aguas, –presintiendo los naturales que morirían de hambre– no tuvieron más opción que aceptar la oferta y mudarse. Otro acicate fue el surgimiento de problemas de salud pulmonar (por las tóxicas tormentas de arena), la tifoidea galopante (por la acción de charcos pestilentes de aguas negras) y la alta tasa de mortandad infantil. La mitad de una importante población decidió irse dejando toda actividad paralizada. En todas partes los árboles se secaban, resquebrajaban y caían. El nivel acuático liberó otros 20 kilómetros de superficie seca. Acabó por completo la actividad de la pesca. Minúsculos grupos testarudos valientes se quedaron, para operar en las lagunas remanentes, en la esperanza de que no se evaporen.

El Gobierno Central ideó un ambicioso plan de recuperación para transportar otras aguas de ríos mayores desde la lejana región norteña de Siberia, para a llenar completamente el cauce perdido del Mar de Aral. Fracasó el empeño porque las discusiones no llegaron a acuerdos. Mientras tanto, la extinta costa comercial más importante quedó a 70 Km. de la laguna más próxima.

Hagamos conciencia del resultado final, así se lo aprecie como una travesura social para una encomiable finalidad alimentaria masiva.

Al haberse liberado miles y miles de kilómetros cuadrados de arena salina al aire libre, el flamante desierto comenzó a producir su propio reflejo contra las nubes para evitar las lluvias, y consolidar su situación de desierto.

La candente temperatura diurna de las arenas –producida por la acción directa solar– al atraer por compensación física el aire fresco de otras latitudes, genera vientos peligrosos y facilita la formación de considerables trombas de arena, de alcance continental. Se ha comprobado que aquella arena se desplazado hasta el Polo Norte y otras regiones con capacidad de arrastre de 150.000 toneladas anuales.

Los charcos que se formaron con la desaparición paulatina de las aguas se convirtieron en focos de infección, dadas las aguas negras de los deshechos humanos. Los niños fueron las primeras víctimas.

El Desierto de Aral –término expresado con toda objetividad– es un inmenso museo esparcido de grandes y pequeños barcos, herrumbrados muchos, quebrajados otros con sus maderas rotas y podridas. Es también cementerio de puertos abandonados, aldeas, casas, materiales y residuos de distintas especies de animales donde, en otros tiempos, gaviotas, patos y otras especies de aves llegaban en bandadas y volaban en libertad.

Existiendo arena salina se hizo imposible la agricultura. Los cultivos de subsistencia fueron cubiertos por los vientos. Hecha una buena limpieza para volver a cultivar, retornaba el viento para cubrir la extensión limpiada, produciendo desaliento y la consiguiente inacción posterior. No olvidemos que los vientos transportan también residuos químicos de perniciosos plaguicidas.

El clima es ahora extremadamente inadecuado; crudo en el invierno con muy bajas temperaturas y sofocante en verano. Al haberse mudado cerca de sesenta mil personas que vivían de la pesca, actividad desaparecida, sólo es posible circular de un lado a otro sobre la arena –que reduce el avance– a pié si alguien desea perder el tiempo o se atreve a enfrentar los peligros que se le avecinan. Utilizar el lento camello, no deja de ser ayuda.

En pocas palabras: todo es desolación y negatividad. Murió la vegetación, murieron los peces, murieron las especies animales de superficie, murió el transporte, murieron niños y numerosos enfermos, murió el agua, murió la actividad económica, murió el agradable como sano clima, murieron las fuentes de trabajo, murió la esperanza. Huyó la gente.

La Revista del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, en su capítulo de AQUASTAT toca el tema del Mar de Aral con el nombre de: ¿Es hora de rescatar el Mar de Aral?:

“Se ha calculado que tendrían que llevarse por lo menos 73 kilómetros cúbicos anuales e agua hacia el objetivo durante por lo menos 20 años, para restablecer su altura de 1960, de 53 metros sobre el nivel del mar. Los gobiernos de los países ribereños lo consideran un "objetivo no realista". Otras opciones más factibles incluyen la estabilización del lago en su nivel de 1990 (38 metros), con un aflujo total de aproximadamente 35 kilómetros cúbicos por año. Sin embargo, esto no pondría fin al degrado ambiental ni a la desertificación del fondo lacustre que ha quedado a la intemperie. Existe otra propuesta de restablecer la sección norteña del lago a una altura de entre 38 y 40 metros sobre el nivel del mar, para lo cual hace falta descargar por lo menos entre 6 y 8 kilómetros cúbicos en esa parte del mar de Aral durante los próximos cinco años.”

El gobierno de Uzbekistán ha hecho enormes esfuerzos por salvar las lagunas que le quedan, también en peligro de evaporarse. Aquello ha permitido restituir, parcialmente, flora y fauna. Sin embargo, la recuperación total del mar es ya un sueño imposible de alcanzar.

Mi paternal tristeza por la catástrofe me produjo un tercer shock mental. Aún roe en mi envejecido cerebro, un escenario de pugna entre de juicios de valor.

¿Han perdido fuerza planetaria las necesidades globales alimentarias de la población? ¿Es que la Tierra se resiente ante el uso intensivo de sus recursos, así sea para fines sanos y altruistas? ¿Continuará produciendo respuestas firmes y desastrosas al ser afectada? ¿Es quizá el ser humano quien no comprende que aquella se halla hecha de manera tal, que no puede ser alterada?

Parece que ya no se deben hacer experimentos terrestres al por mayor ¿Será una de las causas el crecimiento exagerado de la población mundial? ¿Se acaba el agua potable? ¿Ha perdido el planeta su capacidad de soporte en esta materia?

Cualquiera que sea la problemática o las respuestas, lo evidente es que una obra social heroica, hermosa, desinteresada y honesta –por no haber lucro privado, sino beneficio colectivo– recibió una carísima cuenta de la Madre Tierra, sepultando los hechos, la creencia de que el hombre pueda dominarla a su pleno deseo. Como bien dijo años después un comentarista occidental, aquél gran entusiasmo por dominar la naturaleza superaba toda lógica, destacando que la gente que se inspira en grandes ideales, por mirar hacia adelante, no mira hacia atrás.

Resultan atinadas dos citas de uno de los grandes redentores sociales: “No nos jactemos demasiado de nuestras victorias sobre la naturaleza. Ella se termina vengando de todos nosotros”, “Así los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos en absoluto sobre la naturaleza como conquistadores sobre un pueblo extranjero…” (Federico Engels)

Concluyamos el tema con otra atinada cita del famoso poeta soviético Rasul Gamzatov, de Daguestán: “Si disparas al pasado con el revólver, el futuro te disparará con el cañón”.

gustavop2@hotmail.com

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