EL ECONOMISTA DIARIO • Gemelos que tienen personalidad propia, pero suelen ir de la mano • 17/01/2018
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Por Francisco Eggers Profesor de Finanzas Públicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)
El 16 de enero, El Economista publicó un interesante artículo de Pablo Mira, titulado “¿Déficits gemelos?”. Todo lo que dice Mira es correcto, pero quisiera complementarlo con un énfasis diferente. La principal conclusión de Mira, a mi entender, es que los déficits externo y fiscal no necesariamente están asociados, que puede existir uno sin el otro. Es cierto, puede ocurrir. Pero en nuestra realidad actual están vinculados.
Los canales de vinculación son, como señala Mira, a través de precios y cantidades.
En cuanto a precios: si el déficit fiscal se financia con endeudamiento externo, el sector público ingresa dólares al país y los cambia por pesos para pagar su déficit; la oferta de dólares tiende a deprimir su precio (el tipo de cambio), mientras dura ese flujo. Eso abarata las importaciones y disminuye la rentabilidad de las exportaciones, con lo que las primeras tienden a aumentar más que las segundas, provocando déficit externo.
En cuanto a cantidades: el déficit fiscal financiado con deuda externa es un factor de aumento del gasto nacional que, al crecer más rápido que el ingreso, conduce hacia el desahorro, es decir, al déficit de cuenta corriente del balance de pagos.
Las expresiones “déficits gemelos” y “superávits gemelos” se acuñaron ante la observación de que el resultado del sector público argentino y el de cuenta corriente del balance de pagos la mayor parte de los años han tenido el mismo signo.
Durante la Convertibilidad el déficit fiscal se financió con deuda externa, y el ingreso de dólares por este concepto fue fundamental para mantener el tipo de cambio fijo, que implicó un peso apreciado, que junto con la apertura económica contribuyó al déficit externo.
En el año 2001 se cortó el ingreso de dólares, y eso provocó un brusco ajuste económico: el déficit externo se transformó en superávit a fines de ese año, y pocos meses más tarde ocurrió lo mismo con el resultado del sector público.
En los años siguientes el sector público, ya sea por convicción o por necesidad, no obtuvo financiamiento externo neto. Fue la época de los “superávits gemelos”, desde los últimos meses de 2002 hasta el 2008. Luego, el superávit fiscal fue disminuyendo, hasta transformarse en déficit significativo a partir de 2011. Y lo mismo ocurrió con el superávit externo. Y actualmente son dos déficits robustos, al menos mientras se mantenga su fuente de alimentación: la deuda externa pública.
Es cierto que el sector privado puede obtener dólares financieros por su cuenta. De hecho, lo está haciendo, de acuerdo a las estadísticas cambiarias y de balance de pagos publicadas. Pero el saldo financiero del sector privado cubre una parte menor del déficit en cuenta corriente; el grueso es cubierto por los dólares que engrosan la deuda pública. Sin este ingreso, seguramente la trayectoria del tipo de cambio y del saldo de la cuenta corriente del balance de pagos sería diferente.
El 16 de enero, El Economista publicó un interesante artículo de Pablo Mira, titulado “¿Déficits gemelos?”. Todo lo que dice Mira es correcto, pero quisiera complementarlo con un énfasis diferente. La principal conclusión de Mira, a mi entender, es que los déficits externo y fiscal no necesariamente están asociados, que puede existir uno sin el otro. Es cierto, puede ocurrir. Pero en nuestra realidad actual están vinculados.
Los canales de vinculación son, como señala Mira, a través de precios y cantidades.
En cuanto a precios: si el déficit fiscal se financia con endeudamiento externo, el sector público ingresa dólares al país y los cambia por pesos para pagar su déficit; la oferta de dólares tiende a deprimir su precio (el tipo de cambio), mientras dura ese flujo. Eso abarata las importaciones y disminuye la rentabilidad de las exportaciones, con lo que las primeras tienden a aumentar más que las segundas, provocando déficit externo.
En cuanto a cantidades: el déficit fiscal financiado con deuda externa es un factor de aumento del gasto nacional que, al crecer más rápido que el ingreso, conduce hacia el desahorro, es decir, al déficit de cuenta corriente del balance de pagos.
Las expresiones “déficits gemelos” y “superávits gemelos” se acuñaron ante la observación de que el resultado del sector público argentino y el de cuenta corriente del balance de pagos la mayor parte de los años han tenido el mismo signo.
Durante la Convertibilidad el déficit fiscal se financió con deuda externa, y el ingreso de dólares por este concepto fue fundamental para mantener el tipo de cambio fijo, que implicó un peso apreciado, que junto con la apertura económica contribuyó al déficit externo.
En el año 2001 se cortó el ingreso de dólares, y eso provocó un brusco ajuste económico: el déficit externo se transformó en superávit a fines de ese año, y pocos meses más tarde ocurrió lo mismo con el resultado del sector público.
En los años siguientes el sector público, ya sea por convicción o por necesidad, no obtuvo financiamiento externo neto. Fue la época de los “superávits gemelos”, desde los últimos meses de 2002 hasta el 2008. Luego, el superávit fiscal fue disminuyendo, hasta transformarse en déficit significativo a partir de 2011. Y lo mismo ocurrió con el superávit externo. Y actualmente son dos déficits robustos, al menos mientras se mantenga su fuente de alimentación: la deuda externa pública.
Es cierto que el sector privado puede obtener dólares financieros por su cuenta. De hecho, lo está haciendo, de acuerdo a las estadísticas cambiarias y de balance de pagos publicadas. Pero el saldo financiero del sector privado cubre una parte menor del déficit en cuenta corriente; el grueso es cubierto por los dólares que engrosan la deuda pública. Sin este ingreso, seguramente la trayectoria del tipo de cambio y del saldo de la cuenta corriente del balance de pagos sería diferente.
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