Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista

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Contra el Estado han chocado las mejores intenciones emancipatorias de los pueblos y de los trabajadores, en los dos últimos siglos. Cuando se rebelaron armas en mano, fueron reprimi­dos hasta el genocidio. Cuando optaron por el camino institucional, sus demandas fueron escamoteadas en los laberintos de las burocracias, a través de la cooptación de sus dirigen­tes o de la incorporación de movimientos enteros a la gobernabilidad neoliberal. Lo intere­sante del período actual, es que los levantamientos no han cesado, aunque ya no se saldan con exterminios directos sino con una combinación de cooptación y violencia paramilitar que provoca matanzas por goteo.

Pero el cambio mayor consiste en que la tradicional alternativa que dividió el campo de las izquierdas, entre tomar el Estado por asalto u ocuparlo gradualmente, se vio brutalmente alterada desde el aterrizaje del neoliberalismo en la década de 1990. El capital financiero más concentrado y volátil consiguió secuestrar los Estados-nación a través de la legislación internacional y la formación de una camada de administradores capacitados para gestionar las instituciones a la medida de las necesidades de la globalización y de la creciente moder­nización de las fuerzas armadas y policiales.

En ese contexto, los gobiernos «progresistas» no tienen la menor posibilidad -amén de que no tienen la voluntad- de salir del modelo neoliberal ya que no están dispuestos a afrontar las consecuencias, pero, sobre todo, porque el camino estatal se ha revelado como una trampa mayor: implica ingresar en una suerte de cárcel dentro de la cual sólo es posible administrar lo existente. Quienes aspiren a cambiar el mundo deberán hacerlo por fuera de la institucionalidad establecida.

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