El País • Quinua y capitalismo agrario • 03/07/2016

Un par de meses atrás devoré como si fuese una novela de aventuras el libro Propiedad colectiva de la tierra y producción agrícola capitalista – El caso de la quinua en el altiplano sur de Bolivia (2013), de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F., producto de una investigación desarrollada por el Centro de Estudios para el Desarrollo laboral y Agrario (Cedla).

La portada del libro es emblemática: una foto de los dos principales jerarcas del país montados en un tractor y rodeados de campesinos con whipalas. La tesis del libro pone esa llamativa portada en contexto: la realidad de la producción mecanizada y maquinizada de la quinua en el altiplano sur del país  contradice frontalmente el discurso oficialista de que Bolivia está en el camino de una agricultura que sabiamente es capaz de combinar los modos tradicionales de producción con formas de “capitalismo andino”.
Con abundancia de datos duros, tablas comparativas y un análisis altamente especializado desde la perspectiva económica, los autores hacen añicos el discurso del vicepresidente García Linera y demuestran que lo que está sucediendo durante la última década en el altiplano sur es capitalismo puro y duro. Un capitalismo avasallador que está extinguiendo las formas colectivas del trabajo de la tierra.
El cultivo de la quinua o quinoa en el altiplano de Bolivia se mantuvo sin cambios a lo largo de varios siglos, hasta la década de 1970. El cereal crecía en las laderas de cerros por encima de los cuatro mil metros de altitud, no tenía valor de intercambio comercial pero era fundamental en la dieta alimenticia de las familias que lo cultivaban para su autoconsumo, mientras complementaban esa dieta con ganado bovino, ovino y camélidos.
El régimen de la tierra, después de la Reforma Agraria de 1953, reconocía la propiedad proindiviso o propiedad colectiva de las tierras comunales. Las tierras en lugares planos del altiplano se usaban para el pastoreo, mientras que las tierras en las laderas y pendientes se usaban para el cultivo de quinua en pequeñas parcelas familiares destinadas al autoconsumo.
La siembra y la cosecha se realizaban manualmente y según los usos y costumbres se practicaba el ayni, una forma ancestral de colaboración intracomunitaria. Las parcelas familiares se trabajaban cuidando el medio ambiente mediante un sistema de rotación denominado aynoqa, que consistía en el manejo colectivo de la tierra de manera que cada cierto tiempo descansara para reponer su calidad nutriente. Existía un conocimiento basado en la experiencia de muchas generaciones que permitía armonizar la agricultura de subsistencia con la ganadería que servía para el comercio.
De manera similar se administraba colectivamente las tierras comunales destinadas al pastoreo. La modalidad de uso conocida como arkata permitía mediante rotación la regeneración de la vegetación destinada al pastoreo.
En la medida en que no existía una presión sobre la propiedad de la tierra porque no se había instaurado un sistema mercantilista en las zonas tradicionales productoras de quinua, no había conflictos sociales intracomunitarios. Todo se resolvía mediante diálogo y había suficiente tierra para que todos pudieran vivir dignamente.
Esa situación cambió radicalmente en apenas diez años con el proceso de mercantilización de la quinua y el aumento del precio internacional del grano, que transformó radicalmente las formas de cultivo, las relaciones sociales comunales, la propiedad de la tierra y el consumo familiar del grano.
Las tierras comunales antes dedicadas al pastoreo han sido invadidas por tractores que pertenecen a los ricos de la comunidad, que en muchos casos ni siquiera viven allí. Las llamas y ovejas se extinguen, las tierras se agotan por la sobreexplotación y la falta de guano, y las relaciones tradicionales de poder en la comunidad se debilitan porque los nuevos ricos compran con donaciones su derecho a hacer lo que les viene en gana.
*es comunicador social, experto en comunicación para el desarrollo.

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