EL ECONOMISTA DIARIO • En busca del crecimiento • 14/06/2017

Por Guido Lorenzo y Angel Maridue Economistas de ACM

 
Si existe una palabra que pueda representar los acontecimientos pasados, presentes y, mucho más, futuros, de nuestra coyuntura económica, es incertidumbre. Análisis efectuados con rigurosidad pueden darse de bruces con la realidad en muy corto tiempo, y eso obliga a recalcular los escenarios y recalibrar estrategias y acciones. Para 2016 se esperaba una inflación del 20%-25% y crecimiento del PIB del 1%: la primera rondó el 40% y el crecimiento fue negativo en 2,3%.
 
No obstante, no se recalculó la expectativa para el año siguiente en términos de inflación e, incluso, las metas inflacionarias propuestas a inicios de ese año fueron adoptadas por Federico Sturzenegger, con lo que hay altas chances de transitar otro año con inflación superior a la objetivo y si no se ajusta el target para 2018 podría producirse otro grave error de pronóstico. La Ley de Presupuesto Nacional del 2017 se caracterizó por ser la primera discutida luego de una década donde se evidenciaron restricciones presupuestarias y, por lo tanto, se (supone) basaron en supuestos realistas.
 
En materia de crecimiento, la meta propuesta por el ex ministro de Economía y Finanzas Públicas fue del 3,5% para 2017. Ya habiendo transitado la primera mitad del año, cabe preguntarse si las autoridades han pecado de optimistas. El objetivo parece cada vez más desafiante.
 
Si bien aún no se publicaron los datos de las cuentas nacionales del primer trimestre, el EMAE para este período (estimador sujeto a fuertes correcciones) prevé que la economía se expandió 0,6% en forma desestacionalizada contra el trimestre anterior y 0,2% en términos interanuales. Con estos guarismos, la meta del 3,5% tampoco luce atendible. Si bien el segundo semestre muestra mejoras en indicadores adelantados de la actividad, de confirmarse que la economía creció 0,6% en el primer trimestre, el producto debería crecer por encima del 2% por trimestre el resto del año para llegar a 3,5%. Situación que no se verificó en los últimos cinco años.
 
Es importante que al menos informalmente el Ministro de Hacienda y sus secretarios empiecen a realizar declaraciones acerca de que la economía se expandirá a un nivel más cercano al 3%. En ACM, en particular, proyectamos que la actividad podría rondar un crecimiento del 2,7% impulsada por la inversión en obra pública y una recuperación del salario real que durante el tercer trimestre podría alcanzar ser de 4 puntos (una vez que las negociaciones salariales le ganen a la inflación), impulsando el consumo privado y un saldo comercial con el exterior equilibrado.
 
Por el lado de la oferta, los sectores productores de servicios, construcción y agricultura, ganadería y pesca deberían ser los que lideren el ritmo de expansión. Para alcanzar esta meta, la tasa requerida de crecimiento trimestral desestacionalizado sería del 1,5%, un valor mucho más realista en base a la historia reciente.
 
Que la economía crezca un punto por debajo de lo esperado trae problemas, y las expectativas chocan con la realidad. Por nombrar sólo un ejemplo, la recaudación tributaria podría no ser la esperada y se plantea la necesidad de reformular la estrategia de consumo público para atender los desequilibrios fiscales. Si estos errores no se producen en forma sistemática ayudaría a lograr una convergencia suave entre expectativas y la realidad, los agentes se adaptarían y el sistema entero no entraría en dificultades. Actualmente, esto no está sucediendo, pero existe el riesgo que el sesgo optimista se mantenga para los próximos años.
 
Las dificultades que enfrenta el Gobierno son complejas, bajar la inflación al tiempo que se corrige el déficit fiscal, podría chocar con la estrategia de crecer en forma sostenida. A modo recordatorio, reducir la inflación de un nivel del 40% al 20% por supuesto que es expansivo porque reconstruye los mercados de crédito, mejora la distribución del ingreso y recompone el salario real. La estrategia de mantener las tasas reales positivas en el orden del 4%-5% sumado a un tipo de cambio poco competitivo podría empezar a dificultar una recuperación de la demanda de inversión y del consumo privado, principalmente en bienes de producción doméstica.
 
La Ley de Presupuesto Nacional 2017 también plantea un crecimiento del 3,5% para 2018 y 2019, algo que implicaría que Argentina salga de la trampa de crecer en los años impares y contraerse en los pares. Al hacer foco en un período más largo, la historia no ayuda a convencer al público: desde el año 2011 la economía ha entrado en un estancamiento con alta volatilidad e inflación, cóctel que amplía los efectos nocivos de algún potencial episodio recesivo y sitúa a nuestra economía como una de las de peor desempeño de la región.
 
El problema con este punto es que la volatilidad podría mostrar que la economía se expande a tasas de crecimiento positivas muy variables o bien que la economía crece a tasas variables alternando fuertemente entre positivas y negativas. Cuando se ve la tendencia de crecimiento de largo plazo de Argentina, la misma se encuentra aplanada: salir de este “serrucho” requiere de un plan, y eso aún no está explicitado. La idea de sustituir el consumo (privado y público) por inversión y exportaciones no tiene sentido cuando la economía tiene capacidad para crecer y, en este caso, los componentes de la demanda son complementarios y no sustitutos.
 
El desafío de Cambiemos para los años que vienen será consolidar no sólo la corrección de los desequilibrios heredados, sino también generar las condiciones para que la economía recupere una tendencia de crecimiento que ha venido siendo esquiva en los últimos cinco años.
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