Página Siete • Mujeres, ocupadas pero sin empleo digno • 21/08/2016

EL ESLABÓN DÉBIL DE UNA CADENA FRÁGIL

Leticia (35) sigue de cerca los estudios de su hija Rebeca de 14 años. La joven asiste a una escuela pública, pero su madre quiere que ella llegue lejos y obtenga una beca para estudiar en el exterior para conseguir un trabajo “digno y seguro”, en lo posible fuera del país. Sus sueños no son castillos en el aire: ella fue migrante en España durante tres años y volvió a Bolivia hace otros tres. Volvió porque no se resignó a vivir lejos de su única hija y, sobre todo, porque tuvo que hacerlo: no pudo conseguir un empleo estable, las oportunidades para llevar a su pequeña eran nulas y no pudo estudiar nada, como era su intención original. Lo que ganó apenas le alcanzó para sobrevivir los primeros meses de su retorno en busca de un empleo que tampoco consiguió. Ahora es trabajadora del hogar, de varios hogares en realidad, porque a falta de uno donde la acepten con su hija adolescente con todos los beneficios, ha optado por trabajar en varias casas y por horas, reuniendo a cuentagotas un ingreso impreciso, que alimenta, en las horas libres –quitadas del descanso y del sueño- para vender productos de belleza por catálogo.

Inés (44), en cambio, sí pudo estudiar. Es egresada de Comunicación y ejerció durante varios años el periodismo televisivo. El éxito en su carrera no fue proporcional a la inestabilidad de sus sucesivas fuentes de trabajo.

Aunque los ingresos no eran malos, las exigencias no coincidían con la volatilidad de sus contratos: cada cierto tiempo debía renegociarlos y nunca pudo encontrar un puesto estable. Tampoco lo añoró demasiado, porque la falta de un puesto de trabajo donde permanecer por largo tiempo la obligó a desenterrar su aspiración de ser diseñadora de moda y se inició como emprendedora con gran entusiasmo. Lleva cuatro años en el proyecto de crear su propia marca de ropa y aunque no le ha ido mal, no consigue aún llegar a fin de mes sin tener que vaciar bolsillos y carteras para pagar las cuentas.

Alejandra (37), finalmente, es el retrato del éxito profesional. Obtuvo la licenciatura en psicología y después de algunos años dedicada a criar a sus dos hijos, se ha dedicado de lleno a su carrera. Trabaja de forma estable y da clases en la universidad. Además realiza consultorías y escribe ensayos académicos. Con todo, y como madre divorciada, no llega a reunir todo lo que necesita para la manutención de su hogar e hijos. Nunca ha formado parte de una planilla de personal de planta, y tiene contratos periódicos como consultora, lo que la exime de muchos beneficios, a pesar de que la ley se los ofrece. En su experiencia, es mejor adecuarse a las condiciones que le dan sus empleadores a perder la oportunidad de tener ingresos regulares.

Ocupación y desempleo

En Bolivia, según los datos oficiales que se disponen (actualizados solamente hasta 2012) la cantidad de desocupados/desempleados no pasa de 122 mil personas (aproximadamente un 3% de la población económicamente activa del país). De este total, 73 mil (60%) son mujeres.

El pasado 6 de agosto, el presidente Evo Morales informó que la tasa de desempleo abierto en el área urbana subió de 3,5% en 2014 a 4,4% en 2015; esta cifra se acerca algo más a la que maneja el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), que ubica la tasa de desempleo en el país en 8%. En el caso de las mujeres, la entidad especializada afirma que alcanza al 10%.

El investigador del CEDLA, Bruno Rojas, explica que de acuerdo a una encuesta realizada en el eje troncal del país, el 65% del empleo pertenece al sector informal y el 35% al empleo formal; de ello, el Estado genera 9,6% y el sector privado el 22%.

El especialista indicó que el 70% del total de los empleos generados son precarios; es decir, no cuentan con beneficios sociales ni aportes a las AFP. La precariedad incluso llega al ámbito formal, explicó.

¿Cómo leer adecuadamente esta ensalada de cifras?, ¿cuál es el retrato real de la sociedad boliviana en torno al empleo?, ¿en qué condición se ubican las mujeres en este contexto?

“El problema radica en que no tenemos una definición adecuada de empleo”, sostiene el director del Instituto de Asistencia Social Económica y Tecnológica para la Pequeña y Mediana Industria (INASET), Enrique Velazco Reckling. “Usamos como sinónimos ‘trabajo’ (que puede ser remunerado o no), ‘ocupación’ (que puede ser cualquier forma de ocupar el tiempo de la persona), ‘empleo’ (que a su vez puede comprender desde el ‘empleo digno’, hasta el ‘cuenta-propismo forzado’ como expresión dura de la auto-explotación laboral a la que están obligadas las personas por la incapacidad estructural de nuestra economía para crear puestos de trabajo y oportunidades de empleo digno, pasando por el empleo asalariado formal, el informal, y el auto-empleo por elección). Por ello, reflexiona Velazco, hay un complejo abanico de “calidades y dignidades” en los empleos de los bolivianos, y aquí radica las dificultades de lectura, comprensión y sobre todo de análisis serio y crítico.

Las mujeres, ocupadas pero sin empleos dignos

Leticia nunca ha tenido aportes en las AFP. En rigor, se informó sobre lo que son estos aportes para la vejez hace poco tiempo y aunque no cuenta con ningún respaldo para esos años venideros, la posibilidad de restar de sus ingresos para efectuarlos por cuenta propia está lejos de sus urgencias. A pesar de que la ley la ampara para contar con seguro de salud y bonos de antigüedad aún en trabajos por horas –pues la mayoría de ellos son permanentes-, todos sus empleadores le han anunciado que de darle estos beneficios tendrían que descontarlos de su salario, por lo que prefiere quedarse sin ellos. Eso sí, ha cobrado aguinaldos y segundos aguinaldos en los últimos años, aunque para este 2016 le han anunciado que sólo le reconocerán un aguinaldo. “Hay mucha competencia para servicios domésticos por horas, la gente prefiere no firmar contratos”, comenta.

Inés está en el otro lado de la cancha. Después de un periodo de inversión en capacitación y en la instalación de su taller de confección, llegó a tener 12 personas a su cargo. Sin embargo, los costos de producción son altos y con las obligaciones laborales no le fue bien. “Tuve una persona que en dos años se embarazó dos veces; además, a pesar de problemas con el rendimiento laboral, no podía despedir a nadie, así lleven pocos meses de trabajo, por los costos de indemnización. Esto sin contar los incrementos salariales con retroactivos, aguinaldos y segundos aguinaldos”, relata. A finales de 2015, Inés hizo otra “inversión” y despidió a ocho de sus trabajadores. Hoy funciona con cuatro personas y se desdobla para realizar las tareas que son necesarias. Sus ingresos no han mejorado: no tiene sueldo fijo, no aporta a las AFP y no tiene seguro de salud.

En cuanto a Alejandra, la situación es compleja: tiene un seguro de salud en el sistema público que no usa porque “no me puedo dar el lujo de esperar horas o semanas para ser atendida”; aporta a las AFP, pero ha firmado un acuerdo interno con sus empleadores –como otros consultores en su situación- para no recibir incrementos salariales ni doble aguinaldo. “Hemos preferido preservar nuestra fuente de empleo a exigir estos beneficios”, sostiene.

La creciente profesionalización de las mujeres ha impulsado en los últimas décadas su masiva incorporación al trabajo, así como el hecho de que gran parte de ellas comparte la manutención con sus parejas o son, en solitario, jefes de hogar. Sin embargo, además de que la reducida oferta de fuentes de trabajo estable ha obligado a muchas mujeres a optar por la informalidad y el cuentapropismo, la legislación laboral vigente impone en los contratos laborales con mujeres, muchos costos laborales adicionales a las remuneraciones, por lo que los empleadores están menos inclinados a contratarlas.

“Como consecuencia, muchas mujeres deben aceptar diversos grados de precariedad a cambio del empleo porque prima la urgencia del ingreso a la satisfacción personal o a la comodidad del trabajo. Por supuesto, esta realidad está aún más complicada por la incapacidad estructural de la economía de crear puestos de trabajo y oportunidades de empleo digno, por lo que mujeres con menor formación y más pobreza van ocupando cada vez más ocupaciones de alto riesgo y gran demanda física, como el PLANE, construcción, minería, y similares”, opina Velazco.

Los factores de la desigualdad

Los estudios sobre empleo realizados en Bolivia han demostrado que existen desigualdades en el ámbito laboral y que las más afectadas son las poblaciones de mayor vulnerabilidad como los jóvenes y mujeres. En este año seis de cada diez personas que buscan trabajo son mujeres.

Según el estudio “Brechas de género: un desigual acceso al mercado laboral para las jóvenes bolivianas” (CEDLA), para el 2010, el mercado laboral urbano en el eje central del país estaba compuesto en un 45% por mujeres y de ellas, 88 de cada 100 tenían empleos precarios, porcentaje mayor al nivel de precariedad general (83%).

La precariedad laboral tiene su mayor manifestación en el empleo informal. En el 2010, 69 de cada 100 mujeres ocupadas se desempeñaban en empleos informales en comparación a 59 de cada 100 hombres. En muchos casos, a pesar de tener un mayor nivel de instrucción, las mujeres seguían ocupando más empleos precarios en comparación con los varones.

Otro factor que destaca la desigualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral es el salario. Aunque representan el 50% de los trabajadores asalariados, las mujeres reciben sólo el 32% de la masa total de los ingresos. En el 2010, el salario femenino equivalía a 73% con relación al de los hombres que realizaban la misma tarea. En el 2011, la brecha de ingresos se ensanchó ya que la mujer percibía solamente el 56% respecto de los ingresos de los hombres.

“Hasta hace unos años, podía darme algunos gustos; viajar de vacaciones con mis hijos, o no tener que llevar cálculos de todos mis gastos para evitar que el dinero no me falte. Particularmente, creo que algunas medidas a favor de los trabajadores han terminado desfavoreciéndonos, especialmente a las mujeres, que somos las últimas en las posibilidades de contratación y ascenso profesional. Tenemos que demostrar el doble que los hombres y al final, terminamos aceptando cualquier condición. Es preferible tener un trabajo a perderlo”, dice Alejandra.

Lo mismo opina Leticia, quien ha decidido renunciar a un empleo con beneficios por tener comida segura para ella y su hija adolescente, y por la “ventaja” de poder estar cerca a ella en el día a día. “El trabajo del hogar todavía está sujeto a mucha discriminación y por ser madres tenemos que aceptar”, explica.

Para Inés, ser emprendedora obligada a la formalidad es un acto que define como quijotesco. La burocracia para operar legalmente no guarda relación con la competencia del contrabando y el comercio informal, señala. “Es difícil avanzar en un mercado reducido y con mucha competencia; no podemos explorar las ventas por internet, que en el rubro de la moda son cada vez más prósperas en el mundo. En Bolivia no hay una norma de e-commerce, estamos fuera de ese circuito que es global”, comenta. Sin embargo, la opción de volver al circuito del trabajo asalariado no está en sus planes. “A mi edad y siendo mujer ya no me contratarían”, dice.

Altos costos para estar en planilla, persistencia de condiciones de discriminación y explotación, mayor esfuerzo para salarios más bajos y otros aspectos, son las condiciones que la mayoría de las mujeres bolivianas están dispuestas (u obligadas) a aceptar a fin de acceder a los ingresos laborales que persiguen como necesidad.
“No se trata necesariamente de discriminación o de condiciones de empleabilidad de las mujeres, sino de rasgos estructurales que no se cambian con capacitación o financiamiento”, sostiene Velazco Reckling.

El especialista cree que la solución radica en que el Estado, la academia y la empresa privada valoren el rol fundamental del empleo de calidad en el crecimiento económico y en el desarrollo social. Sin embargo, desde el Estado aunque hay una reciente preocupación, las respuestas son aún inciertas y la empresa privada se mantiene a la retaguardia. Para las mujeres esto implica la permanencia de condiciones de inequidad, discriminación y falta de oportunidades. Ser el eslabón débil de una cadena frágil es una situación que viven día a día.

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