Página Siete • ¿Dónde está el desempleo? • 18/10/2012

Cosas de ciudadanos

¿Dónde está el desempleo?

EMPLEO, ¿cuál empleo? Análisis de un país transversalizado por el subempleo y el desempleo.

La Paz – 18/10/2012

Empleo es una palabra complicada. No precisamente por su definición económica, que lo describe como “la concreción de una serie de tareas a cambio de una retribución pecuniaria denominada salario”, ni siquiera por su acepción gramatical, que lo conceptualiza como “la ocupación u oficio, que desempeña una persona en una unidad de trabajo, que le confiere la calidad de empleado, o desde el punto de vista del empleador, como aquel que ocupa a alguien en un puesto laboral, generando empleo, como sinónimo de trabajo”.

En realidad el conflicto es mucho más prosaico. Y tiene que ver con las contradicciones propias de nuestra sociedad, nuestra cultura y, como no podía ser de otra manera, de nuestra economía. Hasta hace algunos años, más concretamente antes de que nuestro país empezara a cosechar los dividendos del boom de precios de materias primas y precios internacionales del petróleo, la lectura era más clara:

Bolivia era (y es) un país que avanza muy lentamente hacia la industrialización de productos no tradicionales y, dejando de lado al sector minero e hidrocarburífero, el crecimiento del sector productivo no era ni es para nada descollante. Esto, durante decenios, ha significado que, fuera de la administración pública –que acoge al porcentaje mayor de trabajadores en sus diferentes niveles- los bolivianos deben extremar recursos para elevar su nivel de vida a través del empleo formal.

Si bien es cierto que se ha registrado un crecimiento del sector privado –especialmente en el sector agroindustrial y relativamente en las manufacturas-, la demanda de trabajadores de estos dos sectores no ha sido sostenible. Según datos del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), hasta el 2008, el sector privado (textil, fundamentalmente), era el principal empleador en El Alto, que a su vez concentra un considerable porcentaje de la masa laboral del país; no obstante, con la conclusión del acuerdo del ATPDEA, el sector público ha vuelto a convertirse en patrón de los alteños.

Y aquí es que empieza a tomar formar la paradoja. Según el Ministerio de Economía y Finanzas, la tasa de desempleo descendió de 8% a 5,7%, entre 2006 y 2010 (justamente el periodo del auge de las macrofinanzas), como consecuencia de la creación de al menos 220 mil fuentes de empleo y la inyección de recursos económicos a través del estatal Banco de Desarrollo Productivo (BDP), y la creación de 23.143 nuevas empresas en el ámbito privado. No obstante, y sin querer afectar el optimismo estatal –que además es justificado en lo que hace a la liquidez de nuestras arcas y la certidumbre de su sostenibilidad, que se evidencia, por otro lado, en un porcentaje récord de inversión pública-, en algún momento estos seductores datos entran en ruptura con la fotografía de una sociedad, que al menos en el radio urbano, no parece estar gozando la bonanza.

Una vez más según el CEDLA, en el país existen 1.050.000 personas que tienen un empleo, pero de ese total, sólo un 17%, es decir 178.500 cuentan con un trabajo formal que incluye todos los beneficios que señala la legislación laboral vigente. Eso significa que para gran parte de los ciudadanos de nuestro país, el término empleo se acerca más al de ocupación o medio de subsistencia que a un salario seguro y el goce de los derechos que ello implica.

Esta es pues la paradoja. En este mundo globalizado, se mide a las sociedades con respecto al empleo: es decir, el hecho de que las personas en edad productiva consigan o no trabajo luego de emprender su búsqueda, es uno de los índices que mide su desarrollo. Los países más evolucionados tienden al pleno empleo, o sea, a que la oferta y la demanda laboral se corresponden.

En países subdesarrollados abunda el desempleo: mano de obra disponible, pero que no consigue trabajar de acuerdo a su capacitación o expectativa; o el subempleo, donde personas capacitadas deben conformarse con realizar trabajos de menor jerarquía o trabajar menos horas que lo que necesitan o desean.

En estos estados es muy habitual la existencia de empleos en negro o ilegales, donde los trabajadores no gozan de los beneficios de las leyes laborales, como la seguridad social, aguinaldo, vacaciones pagas, etcétera que, como el caso boliviano, se relaciona con actividades (también empleo, en rigor) informales, que tienen que ver con el comercio del contrabando y, no con menos énfasis, la cadena del narcotráfico.

En otras palabras, tenemos un desempleo disfrazado de ocupación; y tenemos un empleo formal que ha prosperado (siguiendo las cifras oficiales), pero que no acompaña el crecimiento de la población y lo que es peor ha tendido permanentemente a la precarización.

Y es que, todo el conjunto de logros y lauros de los que históricamente se beneficia nuestra economía coyunturalmente, no están siendo traducidos en políticas de desarrollo productivo pro empleo, es decir que se plasmen en oportunidades para jóvenes y profesionales que, hoy por hoy, no encuentran las vías para insertarse apropiadamente al mercado laboral. Tampoco se ha construido una cultura de respeto de los derechos laborales de los trabajadores –funcionarios, obreros, asalariados o como se los llame- que tenga como norma la búsqueda de equilibrios en términos de remuneración o valoración del salario.

Es por demás evidente que, a pesar del énfasis que ha puesto este Gobierno en reforzar un marco normativo pro trabajador, los empleadores –privados y públicos, es decir el mismo Estado- no hacen lo necesario ni lo posible por equiparar el salario con las necesidades de quienes viven de él y así tenemos, cada año, las mismas pulsetas por obtener incrementos que son aceptados a regañadientes y cumplidos a medias.

Así, si empleo es una palabra complicada, empleo digno es nada más que una entelequia.

Isabel Mercado

“Fuera de la administración pública –que acoge al porcentaje mayor de trabajadores en sus diferentes niveles- los bolivianos deben extremar recursos para elevar su nivel de vida a través del empleo formal”.

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