Bolivia, entre wiphala y biblia

 

Evo Morales se ha convertido en un caudillo y una máscara al mismo tiempo. No dudó en alimentar el conflicto, que luego degeneró en una «fascistización del proceso», que invisibilizó miles de jóvenes bolivianos y bolivianas, que salieron a las calles, quizás por primera vez en sus vidas, para desafiar el poder que Evo pensó que podría ser eterno. Es significativo que aquellos que se aferran al poder lo pierden, y aquellos que se insinúan en las revueltas y usan su potencia, lo conquistan tácticamente… ¿Cómo podemos colocarnos detrás de una coalición cívica que durante años ha defendido los privilegios coloniales con tanta fuerza? ¿Y cómo es posible que la otra opción sea solo admitir la continuidad con un gobierno agotado, después de haber destruido toda la energía de las luchas y la autonomía política de las organizaciones sociales?

-Francesco Martone (*)

Los eventos del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) tal vez ayuden a resumir la realidad desnuda y cruda que en las últimas semanas se ha manifestado con todas sus evidencias y contradicciones en Bolivia.

Esta clave quizás pueda ayudar a comprender el espacio inmaterial y tácito que existe entre la adhesión sic et simpliciter al apoyo casi incondicional de un proyecto “supuestamente” revolucionario, y su rechazo igualmente dogmático en clave reaccionaria, oligárquica.

En resumen, el espacio que existe entre quienes hoy lloran por el golpe y la traición y quienes celebran la liberación del tirano, abre un abanico que merece ser analizado, frente a categorías y palabras que borran cualquier posibilidad de articulación y análisis crítico. Eso imposibilita un balance para comprender mejor las noticias y comentarios contrarios con respecto al golpe que llegan a Europa enmarcados en posiciones ideológicas y de «izquierda», que provienen de movimientos sociales, organizaciones indígenas de base, ecologistas, feministas y libertarias del continente. Es en este análisis crítico de las diversas posiciones, que, sin duda alguna, tenemos mucho que aprender.

El TIPNIS, es un área protegida de bosques, habitada desde tiempos inmemoriales por los pueblos indígenas. El plan del gobierno de Evo Morales, siguiendo las decisiones ya adoptadas por anteriores administraciones, era abrir un camino contra la voluntad de las comunidades locales, una señal de la huella modernizadora que él y su gobierno querían darle al país. Esta experiencia provocó una fuerte ruptura con la propuesta inicial del propio Evo que prometía la emancipación y liberación de los pueblos y las clases que parecían destinados a la subordinación eterna. El proyecto vial empezó en contra de la voluntad popular, recurriendo a la represión policial, en la que se destaca el caso de Chaparina del 2011.

Recuerdo el grito de denuncia de una mujer indígena boliviana en la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU en Bonn hace unos años: «Evo enviaste a la policía para golpearnos, ¡Evo, no eres uno de nosotros!» no es para menos. Muchos indígenas en Bolivia se vieron frustrados por las posiciones extractivistas y autoritarias de su presidente. Incluso desde fuera de Bolivia hubo voces indígenas que criticaron a Evo, como la líder histórica de los movimientos indígenas ecuatorianos, Blanca Chancoso, quien en las últimas semanas marchó a la cabeza de las mujeres indígenas que desfilaron por las sangrientas calles de Quito para protestar en contra el FMI y el aumento de los precios de los combustibles decretado por el presidente Lenin Moreno. Chancoso, quien fuera atacada en su momento por Morales por estar, según él, en connivencia con la derecha reaccionaria, debido a la resistencia de CONAIE a las políticas económicas de Rafael Correa. En una carta a Morales Blanca Chancoso rechazó todas las críticas, comentando, casi proféticamente: «querido Evo, los presidentes pasan nosotros los indígenas, permanecemos y seguiremos, con la esperanza de poder volver a encontrarnos algún día». Cabe recordar que incluso Evo tuvo su «gasolinazo» en 2010 cuando se enfrentó a una revuelta popular provocada por el aumento anunciado en el precio de la gasolina.

Volvamos al TIPNIS que representó para Morales la prueba de fuego de su lealtad a los principios establecidos en la Constitución boliviana, los de la Ley de la Pacha Mama, que se inspiró en Acuerdo de los Pueblos adoptado en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra de Cochabamba algunos años antes.

Interesante es el paralelo con lo que estaba sucediendo en esos años en Ecuador por Rafael Correa, con la Iniciativa Yasuní-ITT, promovido por movimientos sociales y ambientales ecuatorianos e internacionales para mantener el petróleo «bajo tierra» y no dañar un ecosistema frágil y así asegurar la supervivencia de las poblaciones indígenas en aislamiento voluntario. Correa hablaba de impulsar dicha Iniciativa mientras negociaba préstamos internacionales con China garantizándolos con concesiones petroleras a empresas chinas en territorio amazónico. Y a pesar del hecho de que la Constitución ecuatoriana del 2008 incorporó los Derechos de la Naturaleza, Correa resolvió dar paso a la explotación del crudo en el ITT. Y, además, bloqueó fraudulentamente la posibilidad de una consulta popular planteada por un grupo de jóvenes: los Yasunidos, que fueron perseguidos, espiados y criminalizados.

Dos parábolas muy similares y significativas.

Durante años, las negociaciones climáticas de la ONU han representado un espacio importante que Bolivia siempre ha utilizado como ámbito político para reclamar y construir su propio perfil ecologista internacional. Un espacio para practicar la narrativa de la Pacha Mama por parte de la primera presidencia indígena del país. Un espacio que inicialmente estaba dirigido por una delegación encabezada por Pablo Solón (ahora muy crítico con Morales y las políticas de su gobierno), con representantes indígenas.

En algún momento las cartas cambian de color. Evo profundizó el extractivismo. Solón renunció porque ya no podía defender esas políticas extractivas. Morales dividió la CIDOB (Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia). Y eso provocó el aparecimiento y el enfrentamiento de la CIDOB «auténtica» y la CIDOB «oficialista». Poco después, siempre relacionado con TIPNIS, una delegación del Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza -instancia de la sociedad civil organizada con jueces y juezas de todos los continentes- realizó una visita de inspección para adquirir elementos directamente de las comunidades afectadas. Esa delegación compuesta por académicos autorizados y activistas ambientales, como parte de un tribunal ético compuesto por personas de reconocida prestancia ética y profundos conocedores de los Derechos de la Pachamama fue intimidada por parte del gobierno e inclusive estuvo secuestra por cocaleros afines al régimen de Morales. No hay duda que el objetivo de Morales al abrir ese camino era para facilitar a los cocaleros la ampliación de sus actividades asegurándose su apoyo político, al tiempo que abría la puerta a la explotación petrolera.

TIPNIS como ejemplo del paradigma de desarrollo, de la «grandeza» real o supuesta que habría llevado a Morales a anunciar el lanzamiento de un satélite construido en China, el Tupac Katari 1, la apertura del país a los transgénicos (al principio prohibido y que el Evo mismo unos años antes acusó públicamente de ser la causa de la homosexualidad), la construcción de la central nuclear más alta del mundo, producto de un acuerdo entre él y Vladimir Putin. O la concesión de licencias de extracción de petróleo en el parque Tariquia en beneficio de Petrobras, con la consiguiente revuelta de las comunidades locales. Y, por último, el corte de cinta de un palacio presidencial en el centro de La Paz, un monstruo de hormigón y acero que debería haber encarnado su mito, la concepción estatista del poder, el culto a su personalidad. Para colmo Evo en septiembre rechazó las solicitudes de los pueblos indígenas que clamaron por declarar un estado de emergencia debido a los incendios que devastaron el bosque de Chiquitania en los mismos días que la Amazonía brasileña: 51 mil kilómetros cuadrados han sido destruidos también como resultado de las políticas de incentivos para la producción de soja y carne transgénicas para el mercado chino. Los llamados internacionales para proteger esas zonas devastadas inicialmente fueron rechazados porque fueron consideradas perjudiciales para la soberanía nacional.

El TIPNIS, en definitiva, sirve como ejemplo de la estrategia de desarticulación de movimientos críticos, indígenas y no críticos, sobre la base de construir una polarización entre fieles y críticos, ciertamente no las oligarquías históricas de Santa Cruz de la Sierra, un enclave blanco desde siempre con propensiones golpistas.

Evo decidió en los últimos meses de ignorar la voluntad de la gente, que en su mayoría pidió respetar la regla de los mandatos presidenciales. Si ahora hemos llegado a lo que Bolivia está experimentando en estas horas agitadas, tal vez se deba a una serie de factores que se han acumulado y deben tenerse en cuenta. Y que terminaron creando el caldo en el que los fantasmas del pasado ahora pueden florecer. Sin negar, y esto debe reiterarse con fuerza y claridad, los pasos dados inicialmente por Morales y también por Correa o Hugo Chávez, el principal problema parece ser el del poder, que desgasta, que echa a perder la esencia de los proyectos iniciales, en la medida que les hace sentir invencibles e inevitables a sus líderes devenidos en caudillos.

Así, con el proyecto carretero en el TIPNIS finalmente se abrió una brecha y una profunda afectación con los supuestos iniciales del proyecto del MAS liderado por Evo Morales. «Queríamos hacer de Bolivia el centro energético y nos botaron», dijo Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia, quien anunció el abandono de la oficina al lado del presidente en un video. Pronto Morales volaría a México. García Linera en el pasado había actuado en una especie de «caza de brujas» contra organizaciones de izquierda y ecologistas críticas con Morales.

Vale la pena recordar para futuras referencias. Hace casi cuatro años, un grupo de intelectuales de izquierda, incluidos Buenaventura de Sousa Santos, Alberto Acosta, Raúl Zibechi y Eduardo Gudynas, enviaron una carta de protesta con la socióloga argentina de izquierda Maristella Svampa sobre la decisión del gobierno boliviano de cerrar algunas ONG por autoridad. Algunas de ellas se colocaban a la izquierda como CEDIB y CEDLA. Ante la respuesta de García Linera, Svampa respondió que la acusación ritual de que las ONG que critican las políticas extractivas y de desarrollo del gobierno deben considerarse como el brazo de la derecha reaccionaria, sólo serviría para ocultar el problema real, el del modelo de desarrollo, que en Bolivia ahora parece estar muy lejos de esos derechos constitucionales de la Madre Tierra.

La colonialidad del poder es el otro pilar necesario para una lectura radical, antiautoritaria, ecológica y decolonial del supuesto proceso revolucionario, en Bolivia y en todas las experiencias de socialismo del siglo XXI. La misma se expresa, por un lado, con la deslegitimación y criminalización de los representantes legítimos de los pueblos indígenas, y por el otro mediante la apropiación de su patrimonio simbólico. La antropóloga feminista boliviana de origen aymara Silvia Rivera Cusicanqui lo dijo muy claramente: Morales estaba en manos del «cholaje» anti-indio, militar, machista, colonizado, brutal, irracional y ecocida. «Es solo la máscara del indio y ha usurpado el valor simbólico de todas las luchas sociales». El mismo tenor se encuentra en Mensaje de Nación Qhara Qhara a Evo Morales: «Señor presidente, desde el fondo de nuestro corazón y con gran pesar te decimos: ¿dónde te perdiste? Porque no vives dentro de los preceptos ancestrales que dice que debemos respetar el muyu (circulo): solo una vez debemos gobernar. (…) Deja de enviar indígenas como carne de cañón para el respaldo de tus intereses y de los que te rodean, que ya no son los nuestros; deja de enviar matones a maltratar a nuestra gente; deja que vivamos en nuestra ley; deja de hablar en nombre de los indígenas que ya perdiste tu identidad»

Hoy en día, muchos movimientos feministas bolivianos no niegan el cambio profundo operado por el MAS a lo largo de los años, y condenan el golpe de la derecha, pero al mismo tiempo critican a Evo Morales y su gobierno. Morales, e inicialmente Rafael Correa, y Hugo Chávez, tuvieron éxito en una tarea imposible: elevar a las clases sociales históricamente excluidas de un destino que parecía ineludible. Sin embargo, estos líderes se derrumbaron miserablemente ante el poder, sin socavar su arquitectura extractiva, colonial y patriarcal.

«¡Morales es un presidente machista!», Gritó María Galindo, artista y activista GLBQTI y animadora del colectivo Mujeres Creando y del Parlamento de Mujeres. Que se tratase de un golpe de estado, dice Galindo, es solo parte de la realidad, el problema es que Morales se ha convertido, como diría Frantz Fanon en su «Piel negra y máscara blanca», en un caudillo y una máscara al mismo tiempo. Morales no dudó en alimentar el conflicto, que luego degeneró en una «fascistización del proceso», que invisibilizó miles de jóvenes bolivianos y bolivianas, que salieron a las calles, quizás por primera vez en sus vidas, para desafiar el poder que Evo pensó que podría ser eterno.

No es el primer ejemplo y no será el último, pero sería urgente preguntarse desde la izquierda sobre la diferencia que Gilles Deleuze subrayó entre “pouvoir» y «puissance». Poder y potencia. Es significativo que aquellos que se aferran al poder lo pierden, y aquellos que se insinúan en las revueltas y usan su potencia, lo conquistan tácticamente. Es igualmente sorprendente observar las similitudes entre la aparición del hombre de la providencia “Macho” Camacho, el ascenso de Jair Bolsonaro y la figura sombría de Guaidó, meteorito de los recientes acontecimientos venezolanos. Todos con la ritual camisa blanca almidonada, el verbo de Dios y la liturgia del mercado libre.

¿Qué más hay que decir sobre la derecha, sino lo que siempre se dice? Mesa y el advenedizo Camacho son el producto de la historia del país, de esa parte del país que nunca ha sido suficientemente cuestionada, un enclave de privilegios y autoritarismo, una brasa que ardía debajo de las cenizas. Y como un genio de la lámpara listo para poder nadar en olas levantadas por aquellos que a millares habían salido a las calles para exigir respeto por las reglas y la Constitución. A esto se acompaña la incorporación del elemento religioso fundamentalista bastante inédito para la vida política de Bolivia.

Punto y más. Repentinamente se salió de la nada con una dama blanca, Jeanine Áñez, una expresión de las oligarquías que agitaba la Biblia desde el balcón del Senado, después de haberse declarado presidenta interina frente a un parlamento incompleto con el compromiso de convocar nuevas elecciones de aquí a 3 meses. Una figura destinada a seguir siendo un breve capítulo en esta historia reciente de Bolivia, pero que podría ser una precursora de un futuro dramático. A pesar de los más recientes acuerdos entre el gobierno ad ínterin y los parlamentarios masistas, para llegar a elecciones generales lo antes posible, la situación en Bolivia sigue tensa. Al mismo tiempo se abre la posibilidad de que, esos miles de personas, que han puesto el «cuerpo» y la “cara” como sus compañeros en Ecuador y Chile puedan finalmente movilizarse y expresar su posición sin convertirse en carne de cañón de los enfrentamientos de poder.

¿Existen las condiciones para que ese diálogo invocado incesantemente por los colectivos feministas del Parlamento de las Mujeres? Estas mujeres que han denunciado el patriarcado y el machismo del gobierno y de la derecha durante mucho tiempo y se esfuerzan por reparar fracturas, practicar la dimensión política del cuidado y la proteger los espacios sociales. Son aquellas mujeres y colectivos feministas que han escrito una carta abierta a María Galindo para trabajar juntas, salir de la polarización y reconstruir las heridas del país y en la que afirman: «esta situación es inadmisible y la perspectiva es grotesca. ¿Cómo podemos colocarnos detrás de una coalición cívica que durante años ha defendido los privilegios coloniales con tanta fuerza? ¿Y cómo es posible que la otra opción sea solo admitir la continuidad con un gobierno agotado, después de haber destruido toda la energía de las luchas y la autonomía política de las organizaciones sociales?”

Estas voces llegan amortiguadas a este lado del charco, pero tienen dignidad y merecen consideración. ¿Habrá tiempo y espacio para evitar lo irremediable y evitar que la peor derecha, racista y fundamentalista llegue al poder? ¿Para profundizar el proceso de emancipación y transformación del país desencadenado hace años y hoy debilitado sin remedio, «democratizando la revolución y revolucionando la democracia»? La misma pregunta se aplica al Ecuador: ¿será posible reactivar las semillas de la Revolución Ciudadana y de la constitución de Montecristi, practicada por los ciudadanos y no por aquellos que piensan en resolver todo con la conquista del poder?

En cuanto a nosotros, observadores lejanos y espectadores emancipados que vivimos en el Viejo Continente de donde salieron los colonizadores, la condición esencial para que podamos acompañar estos procesos de cambio radical será resolver la «colonialidad» que tenemos en nuestra cabeza. Nosotros que nos enamoramos de las revoluciones ajenas desde nuestras habitaciones o detrás de nuestros teclados para compensar la incapacidad de hacer las nuestras. Este concepto fue claramente expresado en un interesante artículo publicado hace algún tiempo en la revista ROAR (Reflections on a Revolution), firme defensora de la experiencia confederal en Rojava y del zapatismo.

«Si bien los progresistas en Occidente a menudo somos los más rigurosos en la supervisión o el juicio de los partidos gobernantes socialdemócratas en nuestros países, con demasiada frecuencia idealizamos las realidades políticas en Bolivia y otros países latinoamericanos, no solo por falta de información, sino también porque necesitamos de ejemplos que dan esperanza, y esto podría conducir a conclusiones erróneas, estrategias equivocadas y campañas de solidaridad engañosas por parte de la izquierda»

[1] (Revista ROAR, autoritarismo boliviano: no solo un cargo de derecha» por ROAR Collective el 3 de noviembre, 2014 http://roarmag.org/…/bolivia-authoritarianism-mas-elections/)

FUENTE: https://www.servindi.org/actualidad-opinion/18/11/2019/bolivia-entre-wipala-y-biblia

(*) Francesco Martone es ecologista italiano y ex-senador. Activista de organizaciones no gubernamentales. Artículo compartido por la Red Ubuntu y publicado por Other News