Opinión • Palliris de Llallagua, sobrevivencia en medio del olvido

Hace 12 años, Laura Alanoca enterró a su esposo, quien sucumbió frente al “mal de la mina” cuando tenía 50 años. Mientras recuerda ese trágico episodio de su vida mastica coca a manera de descanso junto con sus compañeras de trabajo y de vida, con quienes “rescata” mineral para llevar sustento al hogar. “La vida no es fácil para nosotras”, reclama.

No cualquiera puede trabajar en este lugar. Ella usa el “archivo” de su difunto esposo, una especie de registro que le sirve de aval para el oficio de golpear las rocas con la fuerza de una joven pese a sus 63 años. La mujer que viste pollera, unas botas de goma y una chompa vieja es oriunda del Norte de Potosí. Integra el grupo de “palliris” o mujeres mineras que trabajan en las inmediaciones de la histórica mina Siglo XX, en el municipio de Lallagua.

“Yo no quiero que mis hijas trabajen (de palliris), ni mis hijos, no quiero que entren a la mina, yo sé cómo ha muerto mi esposo, vomitando sangre ha muerto, tal vez sus pulmones se han reventado, no sé, por eso yo no quiero que trabajen así, prefiero yo nomás trabajar aquí”, sentencia con nostalgia.

Mientras selecciona las rocas más grandes en busca de restos de mineral, lamenta las condiciones en las que su sector trabaja, pero no deja de pensar en un mejor destino para su familia.

Aunque el precio de los minerales ha mejorado debido a la pandemia y el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, su realidad es la misma. Trabaja hasta 14 horas diarias para conseguir algo de mineral que luego acopia para enviar a las refinerías o venderlo a intermediarios.

Golpea con el combo una y otra vez y sigue “pijcheando” un poco de coca, su fiel aliada en las largas jornadas marcadas por el “frío seco” que domina este punto del altiplano boliviano. Su esfuerzo físico es impresionante, pero no ha ganado lo suficiente para salir de este lugar.

“Todo nos falta, nos  compramos material, lo que ganamos en un año es una volquetita, no sabemos cuánto ganamos. Yo por mayoría entrego, me junto”, cuenta.

Cristina Anguela de 60 años también golpea las rocas en las inmediaciones de la mina Siglo XX. Tiene 13 hijos y cuenta con orgullo que hace 35 años es “minera”. Sonríe con sus dientes amarillo verdosos mientras mastica coca, pero también se quiebra cuando recuerda que la mina se cobró la vida de su hijo de 23 años, su “mano derecha”.

“Mis hijos han trabajado aquí, en la mina, uno de mis hijos ha muerto, muerto lo he sacado hace cinco años, mi mano derecha era, no quiero que trabaje ahí adentro nadie”, cuenta con la voz quebrada. Sus ojos siempre se nublan cuando lo recuerda.

Similares historias retumban en estos parajes abandonados por la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) luego de la denominada “relocalización” que hoy ocupan cooperativas mineras.

Llallagua es un centro minero histórico. En esta tierra se han gestado varias luchas contra la dictadura. “Es una tierra de gente valiente”, cuenta uno de sus habitantes.

En esta región pervive la memoria de la lucha de Domitila Chungara, dice el investigador y docente universitario Jorge Oporto. “Ella ha visto la muerte de muchos dirigentes mineros varones y mujeres en esa masacre perpetrada por el presidente (René) Barrientos, en la masacre de San Juan de 1967”.

El lugar es frío, pero con un sol que quema. Este municipio se emplaza a unos 200 kilómetros (Km) de la ciudad de Potosí y a 95 Km de la ciudad de Oruro.

El camino está asfaltado y los llamados “surubís”, un tipo de minibús, parten desde ambos puntos a gran velocidad. El pequeño centro minero ahora se ha convertido en una ciudad que no deja de crecer debido al comercio y la actividad académica. En este municipio funciona la Universidad Nacional Siglo XX, donde se forman los “profesionales orgánicos desde 1985”.

VIDA PRECARIA 

Laura baja desde la zona alta de Llallagua a la reunión semanal que se desarrolla en la entrada de la mina, ahí la esperan doña Cristina, Teofila y Justina.

– Te has atrasado, ven, vamos a ‘pijchar’.

– Sí, corriendo he venido

Justina Siacar tiene 63 años. Trabaja como palliri casi 20 años, su esposo murió en la mina y la dejó junto a sus cinco hijos, dos de ellos, los varones, también han muerto en las entrañas del cerro.

“Ahora pura mujeres tengo. No trabajan mis hijas, yo nomás trabajo aquí. No gano mucho, de un año saco una volqueta, en un mes unos cincuenta bolivianos saco, me crio chanchitos, con eso vivo”, cuenta mientras mira al cielo y recuerda a sus hijos fallecidos.

A diferencia de doña Cristina, ella nunca entró a “interior mina”, que hace un siglo, en los “buenos tiempos” de la minería era de dominio exclusivo de los hombres.

Ellas se han instalado en las afueras del centro, pero los restos de minerales se van agotando, una situación que preocupa a este grupo de mujeres.

Pese a la vigencia de leyes que protegen a las mujeres y garantiza su acceso a fuentes de empleo, este grupo considera que nada ha cambiado en sus vidas. Así, persiste la silenciosa violencia de género.

La Ley 348 para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia establece que uno de los tipos de violencia es la “laboral” y consiste en “toda acción que se produce en cualquier ámbito de trabajo por cualquier persona que discrimina, humilla, amenaza o intimida a las mujeres; que obstaculiza o supedita su acceso al empleo, permanencia o ascenso y que vulnera el ejercicio de sus derechos”. Asimismo, la ley establece que la violencia simbólica y/o encubierta está referida a “los mensajes, valores, símbolos, iconos, signos e imposiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de creencias religiosas que transmiten, reproducen y consolidan relaciones de dominación, exclusión, desigualdad y discriminación, naturalizando la subordinación de las mujeres”.

Teofila Pacheco fue una de las pocas mujeres pioneras en ingresar a la mina. “Antes no entraban las mujeres, ahora entramos, pero hay muy poco mineral”.

Los escasos instrumentos con los que cuenta son insuficientes para explotar las entrañas del cerro.

LA HERENCIA DE LAS VIUDAS

Flora Paye era parte de la dirigencia de la Federación Regional de Cooperativas Mineras del Norte de Potosí (Ferecominorpo) hasta hace algunas semanas, antes de su reestructuración.

Cuenta que las viudas son las únicas que pueden trabajar como palliris con el ítem del esposo. En el norte de Potosí son 500 asociadas, de las cuales 82 están en Llallagua y  14 mujeres  trabajan en el campamento 1.

“Cuando el esposo fallece, la esposa tiene que ingresar al mismo número de su archivo, entran (al interior mina) si tienen vetas o paraje (del fallecido), eso les obliga a incorporarse porque tienen cuadrillas los compañeros”.

De esta manera, su acceso al trabajo es más complejo, por eso muchas palliris se han instalado en los parajes abandonados y los lugares de “desmonte” para ganar algo de dinero.

El investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) Alfredo Zaconeta puntualiza que “históricamente, las mujeres siempre han estado muy marginadas dentro del trabajo de interior mina, e históricamente esto se ha reducido particularmente a dos áreas: el trabajo de palliris, que está muy ligado a la actividad extractiva, pero no dentro de la mina, la recolección de los desmontes y otros en superficie; y el otro rol está muy ligado a la administración”.

La investigación de la Fundación Jubileo “Mujer y minería en el Cerro Rico de Potosí” da cuenta de que las palliris “son denominadas socias de las cooperativas mineras, aunque el término es solo literal, ya que no tienen un paraje para explotar o hacer explotar. Su condición de viuda ha hecho que ellas hereden el yacimiento de su marido, pero la presión social es demasiado fuerte y parece imposible que alguna mujer pueda realizar esta actividad”.

El mismo documento establece que “su ingreso económico familiar depende de la cantidad de mineral vendido y de los precios y condiciones del mercado local. La ley del mineral contenido en los desmontes, en general, es muy baja, por lo que repercute en sus ingresos familiares”.

Oporto puntualiza que la explotación a cargo de las palliris se limita a “las lamas”, los “residuos de minerales que ha dejado la Empresa Minera Siglo XX que siguen recogiendo las mujeres, que hacen un trabajo más familiar”.

Mientras las palliris golpean los restos de la otrora bonanza minera, la minería genera grandes cantidades de recursos económicos. El departamento de Potosí exportó entre enero y diciembre de 2021 un total de $us 2.503,5 millones en minerales y se constituye en “el mayor exportador de minerales”. La materia prima llega a mercados del continente asiático y de Europa.

Pero no es todo, según el “Anuario estadístico y situación de la minería 2021”, el año pasado, el departamento potosino “incrementó sus ingresos por concepto de regalía minera en 72,7% respecto a 2020, por la reactivación de las empresas mineras y por el incremento del nivel de precios de minerales”.

En 2021, Potosí recibió por concepto de regalías más de $us 133 millones.

Así, “los principales beneficiados con estos recursos son el Gobierno Autónomo Departamental de Potosí y los municipios productores de minerales como: Kolcha K, Potosí, Porco, Atocha, Tupiza, Colquechaca, Tomave, Cotagaita y Llallagua, que en conjunto reciben el 96,8% del total destinado a los municipios productores de minerales”.

Las palliris de Siglo XX consideran que la bonanza está lejos de sus vidas. “En la mina están sacando ‘llampu’ también, ya no hay vetas también. La renta poco es, ni mil bolivianos es, a la fuerza tenemos que trabajar de cualquier cosa. A veces vienen y luego se pierden las ONG. Estoy trabajando, qué puedo hacer, si no trabajo no hay ni cinco pesos, el mineral que sacamos es poco”, señala doña Laura.

La ahora exdirigente de la federación confirma esta versión. “De siete a siete están trabajando, (la ganancia) depende de la cotización, por ejemplo, con 10 libras vendíamos a 200 ahora está a 500 bolivianos con esta cotización, al mes están sacando unos 1.000”, cuenta doña Flora.

EMPLEO VITAL

Jubileo puntualiza que el sector minero tiene un rol importante en la economía del país. En el ámbito social, se estima que genera cerca de 200.000 empleos en el subsector cooperativo, de los cuales, poco más de 120.000 están registrados como cooperativistas, pero éstos, a su vez, tienen trabajadores subcontratados. Otras fuentes laborales adicionales corresponden al sector privado y estatal.

No obstante, puntualiza a manera de conclusión que existe “un conjunto de mitos que la población no minera tiene respecto de la actividad minera, que generalmente está asociada a bonanza, riqueza abundancia y que, sin embargo, oculta una pobreza, miseria y empobrecimiento permanentes”.

“Otra cosa que no sea minería no saben hacer las hermanas, vivimos de la minería, qué vas a hacer si no sabes ni leer ni escribir, se han dedicado a criar chanchitos, con eso han sobrevivido las compañeras, totalmente la pandemia nos ha fregado”, lamentá doña Flora.

Zaconeta apunta a la labor de sustento económico que se ve reflejado en estas mujeres. “Muchas veces la mujer ingresa a la mina, ingresa a hacer el trabajo forzada porque hay la ausencia del padre ya sea por un deceso o circunstancias que al final obligan a que sea la mujer la proveedora en el hogar en búsqueda de ese sustento, se han visto involucradas a la mina. Sabemos que todavía aspectos que se van dando en la estructura de las mismas cooperativas, hacen que las mujeres no puedan recibir la misma remuneración, ahí se presentan dificultades en la comercialización de la carga que ellas recogen”.

‘SANTATEAR’, MOLER Y PICAR

“Palliri” es un vocablo que deriva de la palabra quechua pallay, que significa “recoger”. Estas mujeres trabajan en los desmontes o sobras de la extracción que ya no sirve al minero.

Doña Cristina es la que más años está en el rubro. Cuenta con orgullo cómo se realiza el trabajo desde tempranas horas de la mañana. “Santatear, moler, picar piedras grandes con ese martillo golpeando bajamos pero los pulmones duelen”.

Ese esfuerzo se traduce en otras afecciones. Las mujeres se exponen a situaciones complejas de contaminación y seguridad laboral.

“Si bien, por experiencia propia, están familiarizadas con conocimientos sobre la contaminación y los impactos que provoca, principalmente en la salud, ellas no lo consideran un problema relevante. Están conscientes de que la silicosis (mal de mina) es producto de la acumulación de polvo en los pulmones; no obstante, no ven importante asumir acciones de seguridad laboral”, señala Jubileo en el informe sobre las mujeres mineras.

“El que más trabaja, tiene. Para 10 libras toda una semana tienen que buscar (picar), luego otra semana se machuca, otra semana moler y concentrar y luego hacer la entrega”, relata la exdirigente Flora Quispe.

Sus rostros cansados se confunden con su piel reseca por las inclemencias del tiempo. Algunas llevan en sus manos y rostros los testimonios de su dura labor. Es difícil esconder los golpes a causa de un mal cálculo en el “combazo”.

“Descuidamos a las wawas, ni sus tareas podemos hacer, a la escuela llevar, cocinar, no se puede atender, mi hija ha dejado de trabajar. Mis antiguas amigas han muerto porque pesado manejamos, con cáncer han muerto”, señala Doña Cristina.

El acceso a la salud es otro viacrucis para este grupo. La falta de documentos formales hace difícil el acceso a los servicios de la Caja Nacional de Salud (CNS), donde están aseguradas.

Uno de los principales factores es la falta de una boleta de pago.

“Quisiera que nos ayuden, que nos atiendan mejor en la Caja, cuando vamos papeleta nos piden, sin eso no nos atienden. Por eso, a veces con medicinas caseritas nos atendemos, con eso nomás”, lamenta doña Laura.

El alcalde Llallagua, Adalid Aguilar, ha recibido quejas en ese sentido. “Lamentablemente están incumpliendo sus funciones como Caja Nacional de Salud porque todos están en su derecho, pero no se está viendo eso, la gran parte de los afiliados, de los pacientes, hemos tenido en este último (tiempo) reportes, que están siendo atendidos en el hospital Madre Obrera, que felizmente se hizo el traslado en el segundo nivel del municipio de Llallagua”, dice.

¿Y EL ESTADO? 

Aunque no hay una agenda gubernamental visible para atender sus necesidades, la problemática se ha tocado en varios escenarios, pero las palliris creen que solo es burocracia y que las autoridades no las tienen dentro de sus prioridades.

Por su propia iniciativa, comenzaron a organizarse en sindicatos dispuestas a luchar por sus derechos, no solo es el trabajo en las minas, también está la familia y sus hijos, que dejan de lado por llevar el sustento a la casa.

Desde la federación, doña Flora organizó talleres y seminarios sobre violencia contra la mujer y sus derechos. Todo con el fin de mejorar su situación de vida, pero la pobreza es un flagelo que no se separa de ellas.

Juana tiene 70 años y trabaja 15, su esposo falleció y ella tomó su “archivo” para vestirse de mujer minera y no lo hace sola.

“Tengo ocho hijos, ya tienen maridos y esposas, yo nomás estoy aquí con mi nieto, hay muy poquito mineral, poco saco y lento. Con mi hija estoy aquí, pero ella aparte trabaja. No hay (mineral), poquito hay, nos falta (dinero), hay que pagar luz, agua. Nos falta, falta dinero, tengo también mis chanchitos”, cuenta.

Salima Felipez, es vicepresidenta del Concejo de Llallagua, además preside las comisiones de Desarrollo Humano y de Seguridad Ciudadana. Gracias a este trabajo, se ha enterado de la difícil situación de este grupo de mujeres y admite lo complejo de la gestión de ayuda para la minería.

En ese contexto, analiza la forma de incluirlas en el proyecto turístico que alista con la federación de mineros y que se prevé concretar en los próximos meses. La idea es crear una ruta turística minera en la cual estas mujeres sean un pilar clave.

“El apoyo para ellas es a veces bien bajo, el apoyo para la minería tarda mucho, nosotros tampoco podemos mejorar las condiciones que tienen, por eso estamos tratando de innovar patrimonios culturales e históricos sobre la mina más que todo, para que ese cerro pueda tener mejoras, en ese sentido, estamos trabajando con la senadora Ana María Castillo, la cual es representante de nuestro municipio, para ver otras fuentes de ingreso y poder mejorar la situación de nuestras hermanas palliris”, adelanta.

El alcalde Aguilar espera conocer la conformación de la nueva dirigencia para organizar reuniones con el mismo fin. Lo cierto es que la ayuda se ha hecho esperar.

Este medio buscó una versión de la autoridad del sector en el Gobierno central, pero hasta el cierre de esta edición no se concretó.

El ahora expresidente de Ferecominorpo, Enrique Herrera, destaca el papel de las mujeres en la cadena productiva minera de Norte Potosí. Anuncia que tramita con las autoridades del nivel central, entre ellas la Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera (AJAM), la liberación de ciertas áreas con el fin de mejorar las condiciones de las “hermanas” palliris.

“Nuestro reconocimiento a estas asociadas, valoro porque son mujeres que no solamente son trabajadoras, son madres, padres de familia, son de mucho valor para esta confederación”, afirma.

Zaconeta cree que “se tendría que trabajar en un plan para darles condiciones igualitarias, son agrupaciones que trabajan en centros mineros y tendrían que haber políticas mineras para las mujeres, para darles algún oficio y rama técnica, para que las mujeres ya no incursionen en la minería porque es peligrosa, porque tienen que trabajar con químicos”.

El sol cada vez es más fuerte en el “campamento uno”, en medio de los promontorios de roca menuda estas mujeres piden la atención del gobierno regional y de las autoridades nacionales.

Mientras, mastican la coca para reponer fuerzas y tratar de forjar un mejor futuro a punta de “combazos”.

“Nos falta lugar para trabajar, entre nosotras nos miramos, nos discriminamos, cuesta trabajar, aquí será que voy a morir, qué puedo hacer. (Los mineros) unos son buenos otros son malos, queremos ayuda, áreas para las mujeres”, sentencia doña Cristina.

Esta investigación fue realizada con el apoyo del fondo concursable de la Fundación Para el Periodismo (FPP) en el marco del proyecto Vida Sin Violencia, un proyecto de la Cooperación Suiza en Bolivia en alianza con la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional (ASDI), implementado por Solidar Suiza.

Fuente: https://www.opinion.com.bo/articulo/pais/palliris-llallagua-sobrevivencia-medio-olvido/20220429202041864879.html